Libro conmemorativo - Fundación Abbott
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esquivo y la poco agraciada vulgaridad de mi madre, que sucumbió a los celos<br />
y a la envidia, y jamás pudo desprenderse de esa coraza de resentimiento.<br />
Uno de los escasos momentos en que he visto la tristeza instalada en la mirada<br />
de tía Elisa fue el día en que me relató la mal disimulada euforia de mi madre<br />
al conocer la confirmación médica de la presumible esterilidad de su hermana<br />
menor. Mi madre estaba a punto de casarse, y quedar embarazada cuanto<br />
antes fue una carrera contrarreloj por acunar su carnal triunfo frente a los ojos<br />
de la Yerma Elisa, como más de una vez le escuché referirse a ella, incapaz de<br />
comprender que su hermana pudiera alegrarse sinceramente de su fertilidad.<br />
A medida que el embarazo de mi madre avanzaba, Elisa contempló ilusionada<br />
cómo gran parte de su belicosidad iba desapareciendo, quizá ahogada por la<br />
marea hormonal, y según pasaban los días, la prolongación de aquella entente<br />
silenciosa auguró una nueva época en sus relaciones. Todo parecía marchar<br />
sobre ruedas hasta que cumplí un año de vida y Elisa constató decepcionada<br />
que mi madre volvía progresivamente a las andadas. Mes tras mes, el motivo<br />
del fracaso del prolongado alto el fuego se fue haciendo cada vez más evidente<br />
en mi rostro, ya que mis facciones remedaban con fidelidad creciente las<br />
de tía Elisa en las fotografías de sus primeros cumpleaños: yo tenía la nariz,<br />
la boca, el cabello, los ojos, la mirada y hasta la sonrisa de mi tía, y el rápido<br />
paso de los años se encargó de demostrar que también había heredado su tipo<br />
espigado y su creatividad.<br />
Seguramente las pinturas de Elisa influyeron vigorosamente en mi sensibilidad<br />
infantil. La recuerdo enfrascada en sus lienzos, la mirada ausente, sosteniendo<br />
el pincel y la paleta con el gesto detenido en el tiempo de un autómata,<br />
ignorante de mis merodeos y de las airadas irrupciones de mi madre,<br />
sacándome de su estudio poco menos que a empujones, amparándose en la<br />
hipócrita excusa de dejar trabajar en paz a la tía. Recuerdo sus exposiciones en<br />
Barcelona, las primeras críticas en revistas especializadas, el alza considerable<br />
de la cotización de sus obras tras una exitosa exposición en Nueva York, y<br />
de repente: el silencio. Mi tía desapareció de nuestras vidas casi por completo,<br />
enviando de tanto en tanto cartas breves como telegramas sin remiten-<br />
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