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Libro conmemorativo - Fundación Abbott

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sin que nadie supiera su destino. Adelina tomó la carta, la miró al trasluz. Pensó<br />

en abrirla con vapor de agua, como había visto en las películas; luego la dejó<br />

sobre los álbumes, todavía lacrada, todavía inédita. Qué suplicio nos está dando<br />

esta mujer, aunque ella no es consciente de que estamos retransmitiendo<br />

en vivo y en directo. Hasta el narrador quisiera saber del contenido y ella lo<br />

alarga todo, estirando el misterio como un chicle. Cuál será su presunción. Que<br />

nos dé al menos una pista, que nos deje hurgar por un resquicio. Pero ahora<br />

ella se ha cerrado en banda: y no vulneraremos su correo, menos su intimidad.<br />

Viviremos los de aquí expuestos a lo que nos deje ver superficialmente allá, en<br />

la historia, a lo que nos transmita con sus vibraciones atenuadas. Ahora coge<br />

una barra de pan duro que hay sobre la alacena. Dónde va. No nos contesta.<br />

Pero la vemos pulcramente que va al Parque, que se sienta en un banco frío<br />

de hierro y echa pan a los patos, patos gordos, patos obesos que por fin descubrimos<br />

no son de loza ni de cerámica blanca, ni siquiera son un espejismo.<br />

La hija de Joaquín el del horno aparece de la Nada. De verdad que es joven. De<br />

verdad que es bella. De verdad, sus ojos lapislázuli son un imán, seguro que<br />

triunfarían en cualquier noticiario deportivo de cualquier televisión, pero ella<br />

ha renunciado a los contratos millonarios y se ha quedado a ayudar a su padre<br />

viejo, que la necesita y que la quiere. La jovencita lleva un vestido blanco de<br />

lino, vaporoso, y se acerca a la estatua de Adelina. La besa sonoramente en la<br />

mejilla. Le dice que si la necesita… allí está, qué bonita, qué humana. Saludémosla<br />

al unísono aunque ella no nos vea, algo intuirá, tal vez una luz cenital o<br />

un destello enternecedor de nuestras pupilas o una vibración al levantarnos<br />

la gorra encajada. Su mano joven y blanca, tersa, toma la de Adelina, vieja y<br />

tostada, arrugada. El sol frío se ha levantado por encima de los Pirineos, tiene<br />

un amarillo-limón que embelesa y encandila. Ella agradece las palabras reconfortantes,<br />

misericordiosa medicina para el alma, con un gesto reverencial de<br />

las pestañas, y sin mediar palabra las dos se quedan mirando las ondas del<br />

estanque e imaginan las montañas reflejadas en el agua del estanque o peces<br />

que no existen. Pasa Cronos al cabo de un rato, delante de ellas, bordeando<br />

el estanque, en bicicleta va. Ellas se miran: sus ojos sonríen, parecen madre e<br />

hija, y por qué no decirlo, confidentes. Luego la hija de Joaquín se va, tiene que<br />

trabajar en el horno. Aún le queda un poco de pan duro en el regazo, los patos<br />

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