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Libro conmemorativo - Fundación Abbott

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habitualmente se cruza entre transeúntes. Todos tenían algo en contra mío.<br />

Siempre había algo detrás. En estas condiciones era totalmente improductivo,<br />

una absoluta nulidad para el trabajo o los estudios. Los sanitarios cambiaron<br />

una vez más el diagnóstico: ahora era un paranoico. Capaces de cualquier<br />

cosa con tal de convertir mi existencia en algo imposible estaban claramente<br />

en mi contra. Sufría permanentemente mientras el ciclo de hospitalizaciones,<br />

ensayo de tratamiento con diferentes neurolépticos, abandono de la medicación<br />

y ridículos intentos de suicidio que siempre fracasaban, se repetían una<br />

y otra vez.<br />

Hasta que tropecé con Ignacio.<br />

III<br />

Mi encuentro con Ignacio Lafuente vino a poner límite a tanto desaguisado.<br />

Apenas una semana después de alcanzar la treintena, una vez más, mis padres<br />

me obligaron a visitar a un psicólogo bajo la amenaza de expulsarme<br />

definitivamente de casa si no me ceñía a sus dictados. La tarde era lluviosa y<br />

fría, por lo que me encontraba particularmente molesto, sobre todo porque<br />

los paraguas, capuchas e impermeables ocultaban el rostro de los peatones<br />

y no podía adivinar sus intenciones. Además, un absurdo vaho empañaba los<br />

cristales del autobús ocultándome gran parte de sus movimientos. ¿Cuántas<br />

veces tendría que soportar los caprichos de Daniel y Belén? ¿Acaso no había<br />

sido atendido ya por innumerables “profesionales” siempre malogradamente?<br />

¿Por qué ni siquiera mis progenitores me tomaban en serio y me consideraban<br />

un enfermo mental? Así que subí a la consulta dispuesto a terminar<br />

cuanto antes con aquella absurda representación.<br />

La sala de espera estaba totalmente vacía, lo que me tranquilizó. Cuando mi<br />

padre quiso entrar en el despacho, Ignacio lo impidió con un leve gesto con<br />

la mano. Era un hombre de complexión delgada, ojos azules y cuidada vestimenta.<br />

En principio no parecía de fiar, pues guardaba un misteriosos silencio<br />

que acompañaba a sus armónicos movimientos por la estancia. Repitiendo lo<br />

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