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Libro conmemorativo - Fundación Abbott

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quizá fuera mi ansiedad, no exenta de temor reverencial, la cuestión es que<br />

solo después de numerosos intentos pude acceder al contenido de aquella<br />

antigualla. En su interior tan solo había un LP de vinilo dentro de su funda protectora<br />

de papel, un pequeño sobre blanco sin leyenda y una libreta de notas,<br />

con tapas de cuero repujado color azul marino:<br />

“¿Recuerdas Cuadros de una exposición, de Mussorgsky?, eras tú quien me<br />

los describía según el giradiscos iba desgranando los temas musicales que los<br />

representaban. Bastaba con que te anticipara los títulos para que tu imaginación<br />

te llevara al interior de cada lienzo y contaras lo que ibas descubriendo,<br />

porque yo sé que no inventabas nada, sino que sencillamente estabas allí, describiendo<br />

lo que veías. Pues bien, la libreta que lees en estos momentos solo<br />

existe porque tú la ves, y es tan real como aquellos retablos, o la voz de tu tía<br />

Elisa, dándote una lata de ultratumba. Lamento que la actitud de tu madre<br />

haya logrado avasallar el amor que te tengo y mantenerme alejada de ti durante<br />

tanto tiempo. ¿Sabes por qué dejé definitivamente de ir a veros? ¿Por<br />

qué me borré del mapa? La respuesta es que había amado tanto la belleza<br />

que llegué a pensar que era un valor en sí misma, y cuando me tocó perderla,<br />

acelerada y despiadadamente, sucumbí al espejismo de suplantarla con el recuerdo<br />

que de mí tenían quienes me conocían.<br />

¿Sabes por qué no te devolví el abrazo durante el entierro de tu madre?, Porque<br />

no me atreví a sacar de los bolsillos del abrigo aquellas grotescas ramas<br />

retorcidas en que la artritis había convertido mis manos, y entonces me alejé<br />

de allí poco menos que corriendo, incapaz de sopesar el daño que mi debilidad<br />

podía causarte, espantada de haber claudicado ante la belleza: la tuya,<br />

plantada frente a mis ojos, y la mía clamando desde el recuerdo.<br />

¿Podrás perdonarme? ¿Seguirás siendo la niña de mis ojos? No te imaginas<br />

hasta qué punto he llegado a comprender el carácter de tu madre, y cuánto<br />

me duele que haya muerto sin vislumbrar su error. Yo en cambio he tenido<br />

la inmensa suerte de intuir que me llegaba la hora, y de haberme propuesto<br />

sacar fuerzas de flaqueza, para marcharme sin ira y sin rencor. Que estés le-<br />

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