Libro conmemorativo - Fundación Abbott
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se había recluido en su piel. Un sábado del mes de noviembre Martín la obligó<br />
a subirse al coche y saliendo de Madrid la llevó hasta Getafe con un halo de<br />
misterio. “¿Adónde me llevas?”, preguntó con la desgana de los que van a morir.<br />
Él calló hasta que, llegando a su destino… “Hay una curandera…” Adelina<br />
quería abrir la puerta y saltar del coche en marcha –fue un segundo heavy que<br />
poco tenía que ver con la música, la verdad– y el pobre Martín, asustado como<br />
nunca, lo impidió por la fuerza, con el corazón en vilo. “Es aquí, pero si no<br />
quieres entrar, no lo haremos, no te obligaré.” Ella negó con la cabeza, enfuruñada.<br />
Y él dio media vuelta. Adelina parecía estar más tranquila. Las ventanillas<br />
abiertas, los ojos cerrados ocultaban una mirada afilada, sus mandíbulas demacradas<br />
dejaron la tiesura atrás, y su pelo volando al viento…, qué hermosa<br />
veía a su diosa. “Quería explicarte que esa bruja afirma que si una persona<br />
afectada con tu enfermedad cree fervientemente en la recuperación, el cuerpo<br />
con su sabiduría innata crea un ejército de anticuerpos, de forma natural<br />
que…” “Déjame disfrutar del aire que me azota, no me sermonees…”, dijo<br />
ella manteniendo los ojos cerrados, impenetrable a las sugerencias. Fue en ese<br />
instante, porque la vida está tejida de instantes, cuando Martín calibró sus siguientes<br />
acciones. Vendería todo, se irían al campo, a ella le gustaban tanto los<br />
caballos… Martín había rememorado mentalmente escenas de su infancia que<br />
ella le había contado ciento y una vez, con Furia, aquel pura sangre negro que<br />
Adelina había bautizado, como el de la antigua serie de televisión. Qué época.<br />
La equinoterapia en la actualidad, vale, pero en aquella época era para abatir<br />
al galope más intenso la desesperación hormonal que daba la soledad en la<br />
adolescencia. Qué sabio es Martín, inyectándole buenas vibraciones, visiones<br />
de un pasado que pueden ser vecinas de un cambio de ánimo. Qué no daría él<br />
por cambiarse por ella. Joder, eso es Amor. Y nadie del siglo xix vendrá a discutirlo,<br />
y si viene, de espaldas nos caeremos. Perdonen, es para desentumecer<br />
un poco la luctuosidad.<br />
Los meses de quimio fueron duros, rigurosos, rígidos, inenarrables. Muchos<br />
días tuvo que llevarla a rastras. No desmenuzaré aquí tortuosamente el dramatismo<br />
de las consultas. No es el objetivo, bastante hubo con la tortura de<br />
las sesiones que te sorben el ánimo, con esos días crudos en los que miras<br />
frente a frente a los ojos jaspeados de la mismísima muerte. Y llegó el día de la<br />
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