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ESCRITOS REUNIDOS - Salta

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7bohardilla del Barrio Latino y que se veían atraídos por sus conocimientos y fama creciente.Participó en las inacabables discusiones de aquélla época entre Pochet y Pasteur, de Virchowcon Koch, de Klebs con Virchow. Analizaba las propuestas de todos y llegó a pensar que elverdadero fundamento de la enfermedad es su lesión orgánica; la enfermedad es un proceso demateria y energía; el proceso de la enfermedad es la consecuencia específica de la causa que ladetermina.Güemes consideró a la medicina como un humilde y heroico oficio que permite saborear elplacer del incógnito: “La medicina, sin duda, es difícil pero no incierta, por más que en sumarcha ha sido lenta; cuanto más la estudiamos, más nos convencemos de cómo ha llegado ypuede llegar aún a mayor grado de perfección y de certidumbre”.Güemes agotaba el examen de los enfermos y trataba de desentrañar las leyes conocidas odesconocidas que hacían a las enfermedades en una actitud solitaria, silenciosa y humilde.Estando a solas consigo mismo en una sala de clínica médica de un Hospital de Parísauscultando el corazón de un paciente, se le aproximó un colega tan modesto como él y lepreguntó si había hecho algún hallazgo. Sí – le dijo Güemes -; escuchaba el soplo de Duroziez.De manera que usted se interesa por los suspiros de un corazón enfermo. Sí –contestótímidamente Güemes -. Pues bien, le contestó el colega; yo soy Duroziez.Prosiguió realizando estudios de perfeccionamiento en Austria, Alemania e Inglaterra pero susresponsabilidades familiares y profesionales determinaron su regreso a la patria en 1888. Esteregreso no fue motivado por el ofrecimiento de una Cátedra de Cirugía que le ofrecen desdeBuenos Aires durante su estancia en París; Güemes se sentía clínico, amaba el arte deldiagnóstico y la terapéutica sencilla.Médico en Buenos Aires, Luis Güemes atiende no sólo en la Capital Federal sino también en elinterior y en países vecinos. Su consultorio estaba lleno desde la escalera de entrada hasta lasala; multitud de enfermos esperaban días y noches para ver “al mago de la medicina”. Mas queun consultorio era un vestíbulo de un santuario antiguo (Cranwell). Las consultas empezabanpor la tarde y duraban toda la noche hasta la aurora.En el año 1895, es designado Miembro de la Academia de Medicina en reemplazo del Dr.Mauricio Catán donde expone su trabajo “La exactitud en medicina”; las enfermedades, decía,están sometidas, todas, a leyes más o menos precisas y si alguna vez éstas se nos escapan, esporque no nos encontramos todavía en condiciones de comprenderlas. Espíritus existen quecreen que la exactitud sólo se encuentra en los laboratorios y en los anfiteatros, y que una vezllegados a las puertas del hospital, el médico entra en la región de lo vago y de lo incierto. Perola verdad, es que en la clínica el arte se confunde con la ciencia y aún cuando en aquél hay

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