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Nº 122 - COMEGUS

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Todo es Historia <strong>122</strong>A·150 añosdel experimentounitariode la reforma militar rivadaviana_En segundo lugar, contralos "doctores", es decir los restosde la élite política porteñaresponsable de la crisis a losojos de los sectores propietariosy del propio Rosas, que pustabade cubrirlos con los mas durosepítetos. Estos sectores, que nutríanel partido Unitario, fuerondefinitivamente excluidos delmanejo dé la cosa pública, conalgunas excepciones cuidadosamentedosificadas, como la deManuel José García. En tercerlugar, la fuerza política personale intransferible del gobernadorera em pleada para mantener ordenadala propia hueste que,también entonces, manifestabaesa tendencia a la división facciosaantes señalada. Nadie, nisus íntimos, escapaba a la celosamirada del vigilante gobernador,dispuesto a acabar con laanarquía en su mismo germen.Esta unidad del campo propio habíasido una de las premisas delelenco gobernante en 1820, queprocuró lograrla declarando extinguidaslas viejas rivalidades yhaciendo un lugar para todoslos que aceptaran la pacificación;para ello se sancionó en1821 la 'Ley del Olvido, convocándosea la tarea común. En1835 hu biera sido ingenuo repetiruna experiencia que habíaconcluido en u na cris·is tangrave como la vivida: el terror,prudentemente administradoentre amigos y enemigos, lograbaen cambio los mismos resultados.La reconstitución del frentepolítico permitió a Rosas recuperarpara Buenos Aires la hegemoníanacional. Si en 1820podía esperarse que esta hegemoníafuera discreta y, sobretodo, poco costosa, las experienciasde 1826 y 1830 demostraronque, libradas a su suerte,las provincias se convertían en52inagotable fuente de problemaspara Buenos Aires. La paz exigíahacer el sacrificio de la ingerenciapermanente, inclusive, de laintervención militar directa. Laprimera tarea fue la ne.utralizaciónde quien, sin llegar a un enfrentamientoabierto, se habíaconvertido en el más prominenterival de Buenos Aires: elsantafesino Estanislao López.Lenta y pacientemente fue desmontandoRosas el aparatocreado por el Pacto Federal, altiempo que iba ganando parasus tesis a Quiroga, la tercerafigura del partido Federal. Suasesihato, precisamente, terminódeteriorando el prestigiode López, cuyas vinculacionescon los asesinos eran bien conocidas.A partir de S'LI primergran triunfo, la imposición deManuel "Quebracho" López enel gobierno de Córdoba, la tuteladel gobernador porteño fue estrechay celosa. Reclamando elúnico título de encargado de lasRelaciones Exteriores, se interesóen los detalles más pequeñosdel manejo político interno,exigió una estricta disciplinapartidaria y la adopción sin retaceasde toda la liturgia federal.Cosechó adhesiones formales ygeneralmente poco sinceras y ,tambien, muchos rechazos, quelo obligaron a una permanenteintervención armada.Nada más lejos que esta poi í­tica de la displicente prescindenciadel gobernador Rodríguezy sus ministros. Sin embargo,políticas tan diferentesapuntaban. en el fondo, a objetivossimilares. El rumbo seguidopor su desarrol/o económ icohizo crecer en Buenos Aires undesinterés por las provinciasque culminaría con el autonomismoporteño de la década delcincuenta. Bastaba a Buenos'Airesque las provincias no cuestionaransus decisiones enaquellos aspectos que hacían alas relaciones recíprocas: elmonopolio portuario, el monopoliode las rentas de aduana y lapolítica tarifaria. En la defensade los intereses portuarios manifestóRosas la mism8 conviccióne inflexibilidad, e indudablementemucha más fuerza,que sus antecesores de la décadadel veinte. La misma LeydeAduanas, una concesión políticacircunstancial que, comodemostró Burgin, sólo tuvo vigenciaapenas un par de años,difería menos de lo habitual-.mente supuesto de los principioslibrecambistas ortodoxostan claramente expuestos en.1832, por el ministro de RosasJosé María Roxas y Patrón. Si lasprovincias del interior vivieronen la década del 30 y del 40 unacierta prosperidad, no fue debidoa las bondades de la políticaporteña, sino, por el contrario,a su total desinterés -tanmanifiesto en 1820 como en1840- que permitió a aquellasbeneficiarse con la reactivaciónde los mercados de los paíseslimítrofes"El orden fue, pues, el puntocardinal de la política de Rosas yel objetivo que permite asimilarla mayoría de sus actos políticoscon los del gobierno de MartínRodríguez y sus ministros, pesea las notorias diferencias.en susmanifestaciones. No se trata deun caso aislado o enteramenteoriginal: para comprobarlobasta echar un vistazo sobre elpanorama latinoamericano,3iem pre útil para eliminar la tendenciaal provincialismo, .tancom ún en nuestra historiografía.En toda Latinoamérica, en.los años posteriores a las turbulenciasde la Emancipación, seadvierte esa preocupación porestablecer un sólido orden político,más pragmático que atadoa la ortodoxiajurídica. Es el casode José Antonio Páez, trasmutadode e aud il/o llanero en estadistay defensor de la gran pro- .piedad. Es el del ecuatoriano -Juan José Flores, quien, luegode ser uno de los más brillantesgenerales de Bolivar, terminóconvocando a la propia Coronaespañola para restablecer en supaís el orden alterado por interminablesluchas facciosas. Estambién, aunque más patético,el caso de estadista e historiadormexicano Lucas Alemán, quesufrió sucesivos fracasos en supertinaz búsqueda de quien pu-

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