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Nº 122 - COMEGUS

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64teligente diligencia del PadreTorres y cómo, ante la imposibilidadde utilizar las carretas-único medio rodante en lapampa-, adoptó una modalidadde transporte muy conocrda porlos indígenas Y muy típica deaquella civilización de! cuero. ysobre cueros, seguramentedespertando las exclamacionesadmirativas de los vecinos, debidamenteemocionados ante"la maravilla y providencia delSeñor", los huesos tan prolijamentedesenterrados llegaron aBuenos Aires.A juzgar por el envío por separadode los dibujos del tenientede artillería, D. Francisco JavierPizarro,· en fecha 2 de marzo delaño 1188, y que recién el 2 desetiem bre siguiente la secretaríade Indias acusó recibo del esqueleto,la demora ocurrió porlas tareas de acondicionaren cajoneslas distintas partes delmegaterio. Casi seguro antesdel 2 de marzo las piezas debieronestar en Buenos Aires, pueses indudable que antes de despacharel diseño del todo y laspartes, el virrey Loreto habráquerido cotejar la fidelidad queguardaban con las piezas fabulosaspuestas ante su vista. Deahí resultaría un ir y venir durantetres meses por los carpinterosde la ciudad para prepararlos siete cajones en que se embalaronlos huesos. Cajones debastante tamaño, según se puedeestimar por la planilla que detallamenudamente sus dimensio~nes y contenido, en correspondenciacon las piezas que cadauno contenía y sus pesos. Términomedio los cajones medíanun metro de largo por medio deancho y otro tanto de alto, yenellos se acomodaron separadamentelos dos brazos y las dospiernas, luego el hueso sacro,dorsales y lumbares, y finalmentela cabeza ju nto con lasvértebras y huesos del espinazo.El todo pesaba 1.652 arrobas y 9libras: que hacen 786,14 kilogramos10. Así llegaron a Madrida fines de agosto de 17S8 y seentregaron a Juan Bautista Bru,quien los armó hasta tener elanimal entero en el gabinete realde historia natural. Y si el esqueletocausó asombro y admiraciónen Buenos Arres y despuésjustificó que Joseph' Garrica localificara como "de un cuadrúpedomuy corpulento y raro", noes de extrañar que su misma Majestadse sintiera estupefactoante aquel esqueleto y absolutamentedesconcertado respectode su posible su pervivencia.Fue el secretario del despachode Indias, D. Antonio Porlier,quien se encargó, al acusarrecibo de los siete cajones, deexpresar al virrey Loreto los deseosde Su Majestad para queprocurara:"por cuantos medios sean posiblesaveriguar si en el partidode Luján o en otro de los de esevirreinato, se puede conseguiralgún animal vivo, aunque seapequeño, de la especie de dichoesqueleto, remitiéndolo vivo, sipudiese ser, y en su defecto disecadoy relleno de paja y-reduciéndoloal natural, con todaslas demás precauciones quesean oportunas, a fin de que lleguebien acondicionado, y tengaS. M. la complacencia de verleen los términos que desea. Y desu real orden lo participo a V. E.para su puntual y debido cumplimiento,en la parte que letoca" ."Por su puesto que el virrey Loretono pudo satisfacer los deseosreales ni con un animalgrande ni más pequeño, pero elsuceso ha servido a muchos historiadorespara introducir ensus textos un episodio jocoso ydemostrativo de la absurda ignoranciareal, sin tener encuenta que los juicios debenajustarse a las épocas para nopecar de anacronismo, Es pefectamenteexplicable que enlos inicios de la paleontologíaun rey no tuviera obligación deconocer sus posibilidades y limitaciones,sobre todo cuando setrataba de un animal hasta entoncesdesconocido -así lo documentaCuvier- y provenientede América además, la tierra quepor dos siglos había causado elasombro de Europa y justificadolas creencias más descabelladas.Tampoco debemos olvidarque hasta hoy existen hombresque sostienen la posibilidad dela sobrevivencia de algunos seresque serían sujetos de la paleontología,y que en la Argentinamoderna se hicieron expedicionesespeciales para ubicarlosen la Patagonia. En consecuencia,el episodio real en que. culminó el descubrimiento delPadre Torres en el río Luján, nodebe juzgarse solamente por undeseo real que hoy nos parecegrotesco, sino por todos sus antecedentes,-que se ocultan detrásde su mención jocosa-, yque colocaron a España y a losamericanos del Río de la Plata ala misma altura de los científicosmás avanzados del mundo cristiano.La denigración de Carlos111 se ha tomado como aspectoprincipal del episodio, olvidandoel conocimiento de verdaderopaleontólogo con queactuó el Padre Torres, su habilidadpara realizar la excavación ysu previsión al solicitar un dibujante,la artesanía y meticulosidadde éste que preservó para elporvenir el conocimiento deaquella pieza, las precaucionespara el transporte, las instruccionesde Loreto para fijar conprecisión el lugar del hallazgo,el estudio comparado del esqueletopara anotar diferencias conotros animales conocidos -seguramenteefectuado por elobispo Azamor y Ramírez-, elarmado de la osamenta para poderdibujarla en un todo y losresguardos tomados para su envíoa España, a donde llegó sintropiezos, todo ello, evidentemente,no fue obra de ignorantesni de legos. De seguro todoesto debe considerarse lo principalcuando se desea' objetivamenteestudiar el suceso y no,por cierto, el inesperado deseoreal. Por respetar poco esta regiade la metodología -distinguirlo fundamental de lo accesorio--pasa inadvertida en la historiade la cultura rioplatense eldescubrimiento en el río Luján y,

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