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Ludovico Silva<br />

[ 38 ]<br />

González, una actitud que en otra parte he llamado contracultural,<br />

por aquello de que su manera de ser cultural era ir contra<br />

el sistema cultural imperante, o mejor aún, contra la ideología<br />

dominante. Si entendemos a la ideología como “falsa conciencia”<br />

(Hegel, Marx, Engels), entonces ella es lo opuesto a la cultura,<br />

que es precisamente conciencia clara; y si definimos a la cultura<br />

como “el modo de organización y distribución de los valores de<br />

uso” 38 , entonces la única forma de hacer cultura en una sociedad<br />

basada en los valores de cambio, como lo es la nuestra desde que<br />

ingresamos al mercado mundial (esto es, desde el siglo XVIII),<br />

es hacer eso que llamo contracultura, que consiste en una lucha<br />

contra la ideología de una sociedad mercantil y políticamente<br />

enajenada. Tal fue la actitud de Juan Vicente González, y con él<br />

se inaugura toda una tradición ensayística en nuestro país que,<br />

al menos en un cierto número de sus mejores representantes, es<br />

contracultural. Es cierto que ha habido y hay muchos ensayistas<br />

(para no hablar por ahora de novelistas y poetas) que no han<br />

actuado propiamente contra el sistema ideológico dominante;<br />

tal es el caso de esos intelectuales, a veces muy distinguidos, que<br />

se han plegado a los dictadores o a los políticos democráticos,<br />

que por “democráticos” no dejan de ser políticos. No quiero decir<br />

que autores como Gil Fortoul, Vallenilla Lanz o Díaz Rodríguez<br />

hayan perdido su esplendor literario por la cercanía al dictador;<br />

pero es justo decir que cedieron una parte importante de<br />

su ética y hasta de su estética por no combatir abiertamente al<br />

tirano y plegarse diplomáticamente a sus caprichos. Juan Vicente<br />

González nunca cedió ni un palmo en este terreno. Por su aspecto<br />

personal grotesco, era ridiculizado: se cuenta que un inescrupuloso<br />

y corrupto agente fiscal lo saludó en la calle diciéndole “Adiós,<br />

tragalibros”, a lo cual el escritor respondió genialmente: “Adiós, mi<br />

hembra”. Y es que González jamás dejó de atacar a los “tragalibras”.<br />

Armado con una erudición vastísima, la empleaba irónicamente<br />

38 Samir Amin, Elogio del socialismo, Anagrama, Barcelona (España): 1974.

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