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Ludovico Silva<br />
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González, una actitud que en otra parte he llamado contracultural,<br />
por aquello de que su manera de ser cultural era ir contra<br />
el sistema cultural imperante, o mejor aún, contra la ideología<br />
dominante. Si entendemos a la ideología como “falsa conciencia”<br />
(Hegel, Marx, Engels), entonces ella es lo opuesto a la cultura,<br />
que es precisamente conciencia clara; y si definimos a la cultura<br />
como “el modo de organización y distribución de los valores de<br />
uso” 38 , entonces la única forma de hacer cultura en una sociedad<br />
basada en los valores de cambio, como lo es la nuestra desde que<br />
ingresamos al mercado mundial (esto es, desde el siglo XVIII),<br />
es hacer eso que llamo contracultura, que consiste en una lucha<br />
contra la ideología de una sociedad mercantil y políticamente<br />
enajenada. Tal fue la actitud de Juan Vicente González, y con él<br />
se inaugura toda una tradición ensayística en nuestro país que,<br />
al menos en un cierto número de sus mejores representantes, es<br />
contracultural. Es cierto que ha habido y hay muchos ensayistas<br />
(para no hablar por ahora de novelistas y poetas) que no han<br />
actuado propiamente contra el sistema ideológico dominante;<br />
tal es el caso de esos intelectuales, a veces muy distinguidos, que<br />
se han plegado a los dictadores o a los políticos democráticos,<br />
que por “democráticos” no dejan de ser políticos. No quiero decir<br />
que autores como Gil Fortoul, Vallenilla Lanz o Díaz Rodríguez<br />
hayan perdido su esplendor literario por la cercanía al dictador;<br />
pero es justo decir que cedieron una parte importante de<br />
su ética y hasta de su estética por no combatir abiertamente al<br />
tirano y plegarse diplomáticamente a sus caprichos. Juan Vicente<br />
González nunca cedió ni un palmo en este terreno. Por su aspecto<br />
personal grotesco, era ridiculizado: se cuenta que un inescrupuloso<br />
y corrupto agente fiscal lo saludó en la calle diciéndole “Adiós,<br />
tragalibros”, a lo cual el escritor respondió genialmente: “Adiós, mi<br />
hembra”. Y es que González jamás dejó de atacar a los “tragalibras”.<br />
Armado con una erudición vastísima, la empleaba irónicamente<br />
38 Samir Amin, Elogio del socialismo, Anagrama, Barcelona (España): 1974.