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Realidad y literatura en la Venezuela contemporánea<br />

violencia dejaría de tener sentido, porque no existiría la lucha de<br />

clases ni el dominio de unas potencias sobre otras, ni el mundo<br />

estaría dividido en zonas de poder, ni una potencia consideraría<br />

a un país débil como su “patio trasero”, ni la desigualdad<br />

económica que hace de unos explotadores y de otros explotados<br />

tendría razón de existir, ni la ideología y la alienación serían<br />

factores predominantes en la conciencia social, para dar paso a la<br />

cultura generalizada, en la que los artistas, como en el tiempo de<br />

Pericles, no tendrían necesidad de realizar su arte a contrapelo de<br />

una ideología dominante, sino como el triunfo social de todo lo<br />

noble y hermoso que tiene el ser humano. Pero por el momento<br />

eso es una utopía que quiero imaginar como realizable; algo<br />

que soñó y diseñó Marx, y que aún permanece como un tesoro<br />

escondido. Yo creo que todo esto también lo sabe Uslar, pero sus<br />

convicciones y su temperamento le impiden admitirlo. Al fin y<br />

al cabo, es tal vez lo mejor que le podía ocurrir: no ser perfecto.<br />

Porque la perfección, como me decía hace años el poeta y esteta<br />

Carlos Silva, quien es también un magnífico ensayista, “además<br />

de intolerable sería muy aburrida”.<br />

En Venezuela existió y escribió, en las primeras décadas de este<br />

siglo (XX), un excelente escritor que merece un puesto muy relevante<br />

en lo que podríamos llamar el ensayo político y de costumbres, que es<br />

algo por cierto muy distinto del llamado “costumbrismo”. José Rafael<br />

Pocaterra, en rechazo hacia la estética modernista que en autores<br />

como Manuel Díaz Rodríguez transformaban el cosmopolitismo<br />

de Rubén Darío en un preciosismo desvinculado de la realidad,<br />

fue un escritor al que, con la debida cautela, podemos denominar<br />

“realista”. No es, por cierto, que Díaz Rodríguez, como bien lo ha<br />

mostrado Orlando Araujo en su bello ensayo La palabra estéril (1966),<br />

estuviese enquistado místicamente en la legendaria torre de marfil o<br />

turris eburnea del modernismo; pero sí es verdad que su literatura,<br />

su estética, lo llevaron a desconocer lo esencial, lo estructural de<br />

nuestra realidad, como lo demuestra el hecho inobjetable de que<br />

pusiera su persona al servicio del dictador Juan Vicente Gómez, lo<br />

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