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La sirena varada: Año 1, Número 3

El tercer número de La sirena varada: Revista literaria bimestral

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El reloj marcaba las 2:14 am, era<br />

una fría noche de invierno y mi<br />

cuerpo yacía sobre la cama con<br />

una respiración agitada y el miedo recorriendo<br />

mis venas.<br />

Intenté ponerme de pie por quinta<br />

vez, mas mis músculos parecían no<br />

obedecer a lo que les pedía, ¿Qué me<br />

estaba pasando? Recuerdo que una<br />

vez, hace mucho tiempo, leí en un sitio<br />

en internet sobre la parálisis de sueño,<br />

y, si la memoria no me falla, era cuando<br />

despertábamos en una fase del sueño<br />

en la que nuestro cerebro seguía adormecido,<br />

por lo que éramos conscientes<br />

de todo lo que sucedía, mas no podíamos<br />

realizar movimiento alguno.<br />

Era la primera vez que experimentaba<br />

algo así y para ser honesto, me<br />

encontraba sumamente aterrado, mis<br />

ojos buscaban ayuda en cada rincón de<br />

la habitación, y ahora, más que nunca,<br />

comencé a temerle a la oscuridad.<br />

Cerré los ojos ante el inquietante escenario<br />

en el que me hallaba, mi cuerpo<br />

estaba a merced de las entidades<br />

nocturnas, que, vaya alguien a saber<br />

si eran reales, pero el simple hecho de<br />

imaginármelas, ya me ponía la piel de<br />

gallina. De repente, sentí un sutil roce<br />

en mi pierna, era como si una mano<br />

estuviera acariciándome, me armé de<br />

valor y aún con miedo, decidí abrir los<br />

ojos y descubrir qué era, pero no había<br />

nadie más que yo en la habitación.<br />

Volví a fijarme en el reloj, las 2:29 am,<br />

mi mirada se quedó atrapada en su tic<br />

tac, como si un demonio dentro de él<br />

estuviera esperando pacientemente<br />

el momento preciso para atacar, clavé<br />

mis ojos en el techo, «¿Y si intento pedir<br />

ayuda?», me pregunté. «Pero, ¿A quién?<br />

¿A Sara? ¿Después de todo lo que ha<br />

pasado?».<br />

Sara era mi esposa desde hacía más<br />

de dos años y durante ese tiempo habíamos<br />

aprendido a llevar la fiesta en<br />

paz, sé que muchas parejas alardean<br />

de ser felices y cada día vivir una nueva<br />

aventura junto al amor de su vida; pero,<br />

lamentablemente, yo no podía decir lo<br />

mismo de nosotros, nuestra relación<br />

tenía altibajos, bueno, para ser honesto,<br />

más bajos que altos, cada día descubríamos<br />

una nueva manera de iniciar<br />

una discusión y debo admitir que nuestro<br />

repertorio era envidiablemente amplio<br />

y variado, podíamos discutir por los<br />

platos sucios, la ropa no tendida, por la<br />

falta de aseo en la casa, por el desayuno,<br />

almuerzo y cena, por todo, nuestras discusiones<br />

eran el pan de cada día.<br />

Quizás era por eso que no había<br />

considerado llamarla hasta que me<br />

encontrara realmente asustado, pues<br />

tras haber discutido, ella había decidido<br />

mudarse temporalmente al sótano<br />

y no volver a dirigirme la palabra al<br />

menos que le ofreciera una humillante<br />

disculpa, y por el momento, prefería<br />

ser descuartizado por el demonio que<br />

vivía dentro del reloj antes que acercarme<br />

a ella y aceptar mi derrota.<br />

«Solo serán unos minutos, cuando<br />

menos me lo espere, seré libre y podré<br />

volver a recuperar mi sueño», me dije<br />

en un intento de tranquilizarme. <strong>La</strong>s<br />

manecillas del reloj seguían moviéndose<br />

perezosamente, esto era una tortura.<br />

Algo que en una situación común y<br />

corriente habría pasado desapercibido,<br />

ahora había llamado mi atención,<br />

era la silla en la que solía amontonar<br />

mi ropa por no darme el afán de doblarla<br />

y guardarla en los cajones, Sara<br />

siempre me lo decía, «<strong>La</strong>s sillas son<br />

para sentarse, no para que acomodes<br />

tu basura ahí», a lo que yo le contesta-<br />

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