La sirena varada: Año 1, Número 3
El tercer número de La sirena varada: Revista literaria bimestral
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mente sus piernas y escondiendo sus zapatillas<br />
blancas bajo sus jeans descosidos.<br />
—Pónganse de frente y párense<br />
bien —ordenó el policía a través del<br />
intercomunicador.<br />
Lucía detuvo su mirada y examinó su<br />
tórax, huesudo, oscuro y musculoso bajo<br />
las ropas. Creyó sentir de nuevo su transpiración<br />
y su aliento a tabaco y licor, que<br />
a su vez Agustín jamás habría expelido.<br />
Recorrió una y otra vez su rostro. Ahora<br />
sus ojos no eran ansiosos y expresivos<br />
ni tampoco las ventanas de su nariz se<br />
abrían con fuerza buscando el oxígeno.<br />
—Mírelos a todos, uno por uno, señora<br />
—dijo el policía. Y ella desvió su mirada<br />
para posarla sobre cada uno de los<br />
demás hombres de la fila. Sin embargo,<br />
casi sin querer su vista se volvió para<br />
atrapar aquellas manos enormes de<br />
dedos oscuros y de áspero tacto.<br />
—Piénselo bien señora y me dice —<br />
acotó el policía alejándose unos pasos<br />
para dejarla sola en su examen.<br />
<strong>La</strong> mujer observó por última vez el<br />
rostro del joven. <strong>La</strong> dureza de aquella<br />
máscara rígida y severa pareció<br />
estremecerla.<br />
—Usted dirá pues, señora —dijo el policía<br />
tras unos minutos de espera.<br />
—No, definitivamente no es ninguno<br />
de ellos —dijo ella con tono seguro.<br />
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