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La sirena varada: Año 1, Número 3

El tercer número de La sirena varada: Revista literaria bimestral

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Callejeando, mirando sin ver, cruzándome<br />

con gentes que ni les<br />

importaba ni me importaban, me<br />

fijé en un panfleto en el limpiacristales<br />

de un «buga», colores estridentes, pero<br />

llamaba la atención. Leí sus promesas,<br />

después de enumerar titulaciones altisonantes:<br />

Garantía de curación de toda<br />

enfermedad existente mediante métodos<br />

homeopáticos y profilácticos. Llevaba semanas<br />

sin medicarme, no quiero tomar<br />

los comprimidos que me recetan los siquiatras,<br />

me dejan alelado, me impiden<br />

hacer lo que me gusta. Eran muchos<br />

kilómetros para visitar al homeópata.<br />

Trescientos kilómetros, que tendría que<br />

ir en autobús o tren. No tengo carnet<br />

de conducir ni coche, no me interesan.<br />

Sería un peligro para la gente, me gusta<br />

ser un peligro, pero cuando quiero, no<br />

cuando quiera el coche. Después de<br />

valorar pros y contras, elegí en autobús,<br />

razones diáfanas, no había tren desde<br />

mi pueblo. El autobús era cómodo, muy<br />

nuevo, con tele. Todos los autobuses de<br />

líneas nacionales parecen nuevos, ¿serán<br />

de un solo uso? En el bus había una<br />

señora que olía mal, me jode la falta de<br />

higiene. No había manera de neutralizar<br />

aquella peste entre tanta gente. Delante<br />

estaba una amiga, cuando mi «olorosa»<br />

levanta el brazo, del sobaco surge olor a<br />

hamburguesa y cebolla, eran las nueve<br />

de la mañana. No tenía uno que ser muy<br />

listo para deducir que no se duchó por<br />

la mañana ni por la noche, vamos, delito<br />

ecológico. Mi asiento estaba a su lado,<br />

el autobús lleno, las ventanas no se pueden<br />

abrir, porque si no, por mis muertos<br />

que la tiro por la ventana. El viaje fue<br />

tranquilo, pero la señora olía que alimentaba,<br />

ni me gustaba las hamburguesas<br />

ni la tiparraca, llegué malhumorado<br />

a la ciudad del homeópata. Palizón,<br />

pero no me hagan caso, me quejo por<br />

todo, lo peor el hedor, me pasé el viaje<br />

viendo una «peli», los auriculares no tapaban<br />

las narices, eso sí que es un fallo,<br />

sin ruidos, pero con olor. Acabado el viaje,<br />

en tierra santa, perder de vista el olor,<br />

me faltó besar el suelo como el Papa.<br />

Busqué a la hamburguesa, la seguí, se<br />

despidió de su amiga. Caminábamos<br />

por una calle desierta, solucioné su problema<br />

higiénico para siempre, le hice un<br />

favor. Me sentía satisfecho, pregunté la<br />

dirección a un agente. Llegué dando un<br />

paseo que sirvió para estirar piernas al<br />

domicilio del sanador. El edificio céntrico,<br />

pero en callejuela cutre. <strong>La</strong> finca<br />

bastante vieja, se notaba. <strong>La</strong> puerta chirrió,<br />

sus cristales grises del polvo que en<br />

ellos vivía, las paredes del zaguán canto<br />

al despropósito, trozos de un color, otros<br />

sin color, encima el ascensor no funciona.<br />

Me estaba poniendo de los nervios<br />

y era un tercero. Sube que te sube, los<br />

descansillos sórdidos, paredes desconchadas,<br />

mala espina me daba. De mala<br />

hostia llegué al piso del «profiláctico».<br />

Había cuatro puertas, en una «cantaba»<br />

el cartel anunciador, mismo mal gusto<br />

del panfleto. Toqué el timbre. Abrió una<br />

enfermera oronda, sudorosa, con cofia,<br />

la criada negra de Escarlata O`Hara, en<br />

blanquita. Con una mueca que quería<br />

ser sonrisa, me hizo pasar. Una sala triste,<br />

interior, luz de neón pobre, desquiciante,<br />

el tubo parpadeaba. No me gustó tener<br />

que dejar cien euros, «para caridad», según<br />

la enfermera. Al poco me recibió el<br />

sanador. Bajito, cabezón, toruno, feo en<br />

avaricia, me tendió la mano sin salir de<br />

su parapeto tras la mesa y sin levantarse,<br />

estaría cansado.<br />

—Buenos días, soy el Doctor Don Salustiano<br />

Cienfuegos. ¿Usted dirá caballero? —joder,<br />

el «Salus», ¿qué iba a querer? Mal vamos.<br />

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