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La sirena varada: Año 1, Número 3

El tercer número de La sirena varada: Revista literaria bimestral

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Todo empezó con una llamada<br />

nocturna. El teléfono sonó tres<br />

veces y casi llegando al cuarto<br />

timbre Daniel contestó. No fue con simpatía,<br />

más bien fue un «¿Quién habla?»,<br />

nervioso y molesto. Después de todo,<br />

no es normal recibir una llamada tan<br />

entrada la madrugada.<br />

Del otro lado se escuchó un silencio<br />

mentiroso, escoltado por un dejo de<br />

respiración. Daniel volvió a insistir, esta<br />

vez en combinación, soltó un «Hola,<br />

¿quién habla?». Al no hallar respuesta<br />

inmediata, colgó el teléfono. Su curiosidad<br />

se vio interrumpida instantáneamente<br />

por un sonido inconfundible. El<br />

metálico choque de un auto que lo sobresaltó,<br />

no había dudas de que había<br />

sido a metros de la puerta de su hogar.<br />

Como por instinto, la adrenalina lo<br />

puso de pie. Se abalanzo hacia la ventana<br />

de su dormitorio abandonando el<br />

calor y la comodidad de su cama. Corrió<br />

la cortina de seda negra de un tirón y se<br />

chocó de frente con el peor panorama.<br />

Su auto que horas antes había abandonado<br />

con su hija el garaje estaba estrellado<br />

contra el álamo del jardín principal.<br />

Humeando y con los vidrios destrozados,<br />

se dificultaba poder ver el interior.<br />

Corrió hacia la escalera y la descendió<br />

de par en par, para darse de frente<br />

con la inmensa puerta antigua de madera<br />

maciza, que separaba el interior<br />

de su casa y el mundo exterior. Nunca<br />

la sintió tan pesada.<br />

Salió y saltó la escalera del porche,<br />

se vio invadido por un aire gélido que<br />

en cualquier otro momento le hubiera<br />

propinado una patada en el pecho y le<br />

hubiera impedido continuar, hoy no.<br />

Cuando el hombre abrió la puerta de su<br />

Ford Falcon 82, no se encontró con su hija,<br />

sino con el fantasma del desconcierto.<br />

El auto se encontraba completamente<br />

vacío. Humeando y recientemente<br />

golpeado pero su interior estaba vacío.<br />

Su instinto principal fue tomar la manguera<br />

del patio y rociar el capo, extinguiendo<br />

así las pequeñas llamas que<br />

comenzaban a brotar del humo, para<br />

luego retomar el vacío mental que lo<br />

invadió al abrir esa puerta y no encontrar<br />

panorama alguno.<br />

Tan vacía como el interior del Falcon<br />

se encontraba la calle.<br />

Ningún vecino parecía haber advertido<br />

el tremendo impacto, ya que no<br />

hubo nadie que asomara su nariz siquiera<br />

en la fría noche de junio.<br />

Daniel entró al garaje de su casa y<br />

tomo una linterna. Abrió la puerta que<br />

conectaba el garaje con el living y subió<br />

las escaleras. Ya en su cuarto se puso<br />

un pantalón, sus botas y una campera<br />

de corte militar. En un abrir y cerrar de<br />

ojos se encontraba nuevamente detrás<br />

de su coche.<br />

Observando incrédulo el interior<br />

desde el parabrisas trasero, el único vidrio<br />

intacto del coche.<br />

Comenzó a caminar por la cuadra<br />

en dirección al norte, desde donde claramente<br />

por la dirección del impacto<br />

venia el coche, coreando el nombre de<br />

su hija se movilizaba a paso cansino.<br />

Recorrió las dos cuadras de la calle X,<br />

gritando y observando cada rincón en<br />

busca de algún tipo de rastro. Nada. <strong>La</strong><br />

calle nunca lucio tan limpia.<br />

Al llegar a la rotonda que conectaba<br />

con la ruta decidió dar la vuelta. El camino<br />

de vuelta fue aún más desalentador.<br />

Sensación de tristeza e impotencia.<br />

<strong>La</strong> incertidumbre, el peor de los miedos<br />

lo invadía y estaba a punto de perder la<br />

calma que sabía debía mantener para<br />

poder llegar a encontrar a su hija.<br />

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