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La sirena varada: Año 1, Número 3

El tercer número de La sirena varada: Revista literaria bimestral

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Gustavo miró su reloj. De pronto se<br />

puso serio. Se humedeció los labios antes<br />

de hablar. «Mayra, he venido porque<br />

no me hubiera perdonado nunca el haber<br />

dejado pasar la oportunidad de conocerte.<br />

Sin embargo», agregó, «debo<br />

marcharme. Me han avisado que un tío<br />

se encuentra enfermo. He quedado en<br />

ir a visitarlo.» Mayra sintió deseos de<br />

llorar. Supo de inmediato que Gustavo<br />

mentía. No había tal tío, se dijo, seguramente<br />

se trataba de algo relacionado<br />

con su esposa. Quiso gritar, pero se reprimió<br />

pensando que debía actuar con<br />

madurez. Ella había apresurado las<br />

cosas. Ya habría otra oportunidad. «Lo<br />

comprendo», dijo. Los ojos de Gustavo<br />

reflejaban una profunda tristeza. El<br />

enojo de Mayra desapareció. No podía<br />

enfadarse con el que estaba segura era<br />

el amor de su vida. Se despidieron con<br />

un beso en la mejilla.<br />

⁂<br />

Gustavo la vio alejarse. Rogó porque<br />

existiera una próxima vez. De verdad<br />

que era preciosa. Además no podía<br />

haber trabajado tanto para nada. Había<br />

pasado meses inventando un matrimonio<br />

al borde del fracaso, un jefe<br />

que no valoraba su capacidad y una<br />

infancia desdichada, que había logrado<br />

sobrellevar, gracias a la esperanza<br />

de encontrar la felicidad al lado de una<br />

mujer que realmente lo comprendiera.<br />

Se había esforzado por convencerla de<br />

que la diferencia de edades era solo<br />

una jugarreta de la vida, porque ella<br />

era la mujer con la que siempre había<br />

soñado. <strong>La</strong> llamada de esa tarde le había<br />

tomado por sorpresa. Eso no lo había<br />

fingido. Se sentía molesto. Era un<br />

hombre meticuloso. Todo debía estar<br />

planeado hasta el mínimo detalle. <strong>La</strong><br />

improvisación es el preludio del fracaso<br />

se repetía siempre. Bajó del auto<br />

y abrió la cajuela. Ana lo miró con los<br />

ojos inundados de terror. Un trozo de<br />

cinta de embalar le cubría la boca. Tenía<br />

las manos y los pies fuertemente<br />

atados. Gustavo cerró la cajuela con un<br />

golpe. Le desagradaban las sorpresas,<br />

pero más que nada, se dijo apretando<br />

los puños con furia, detestaba que se le<br />

juntaran dos citas en la misma noche.<br />

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