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La sirena varada: Año 1, Número 3

El tercer número de La sirena varada: Revista literaria bimestral

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<strong>La</strong> ciudad de Yags se encontraba<br />

totalmente en ruinas. <strong>La</strong> batalla<br />

había durado horas y cada hombre,<br />

mujer y niño la habían defendido hasta<br />

la muerte. El asedio de los Orbon había<br />

sido contundente, firme, violento<br />

y decisivo. Cada movimiento que realizaban<br />

era para matar sin piedad a los<br />

humanos y los vestigios que estos dejaran<br />

a lo largo de la historia. Pero no<br />

todo estaba perdido en Yags, la última<br />

ciudad humana, pues a lo lejos, entre<br />

la niebla de polvo y los cerros de escombro<br />

un hombre aún caminaba por<br />

la avenida principal. Malherido y con<br />

los ojos irritados del dolor, el coraje y el<br />

sufrimiento por saber que una raza de<br />

la galaxia Turg había decidido acabar<br />

con la vida humana. Había un tratado,<br />

un pacto de paz, pero esto no le importó<br />

a los monstruos extraterrestres<br />

que atacaron sin piedad al hombre y su<br />

tranquilidad infinita.<br />

Mientras caminaba el hombre veía<br />

los edificios caídos, las casas derruidas,<br />

brazos y piernas humanas esparcidas<br />

por toda la explanada. También<br />

se veían cadáveres de los Orbon pero<br />

nada comparado con los miembros<br />

desmembrados de las personas que alguna<br />

vez formaron de la ciudad y que el<br />

hombre conocía. Comenzó a llorar, ya<br />

no quedaban ciudades humanas. Yags<br />

se había convertido en el nuevo amanecer,<br />

en el nuevo comienzo de una era<br />

de prosperidad para el hombre pero<br />

no todo dura para siempre, la muerte<br />

llega en proporciones masivas cando la<br />

devastación mundial había sido notoria<br />

en tiempos pasados.<br />

En el andar del hombre se encontró<br />

con una credencial en medio de la avenida.<br />

Una de tantas que se le habían<br />

otorgado a los ingenieros estelares que<br />

se ocupaban de terraformar los planetas<br />

que las diosas lunares les sugerían.<br />

<strong>La</strong> compañía había tomado el nombre<br />

de Verne Co. en honor al gran autor que<br />

alguna vez escribió sobre la luna y la<br />

vida infinita de la Vía Láctea. Al hombre<br />

se le había asignado un puesto en tan<br />

prestigiosa empresa. Estaba orgullo de<br />

ello. Ahora se sentía como una pequeña<br />

partícula flotando en la nada, una<br />

mota de polvo que puede ser removida<br />

con un soplido, así como lo hicieron<br />

con la ciudad entera. Este pensamiento<br />

lo enfureció y sus ojos se llenaron de<br />

lágrimas. Arrojó la identificación con<br />

todas sus fuerzas hacia la avenida y<br />

como si esta abriera un poco la densa<br />

niebla un enorme obelisco apareció a<br />

la distancia. El hombre por un momento<br />

dudó de su visión. Se encontraba<br />

malherido y creía que ya comenzaba<br />

a morirse. Se talló los ojos esperando<br />

que aquello despareciera pero el enorme<br />

artefacto seguía ahí. En dado caso<br />

se le vino a la mente de que se tratara<br />

de un edificio pero lo curioso era que<br />

se encontraba en la Gran Glorieta donde<br />

la ciudad se abría camino por sus<br />

diez avenidas principales. El hombre<br />

comenzó a andar hacia él. Mientras dejaba<br />

atrás la destrucción masiva de su<br />

pueblo, de su raza que había dominado<br />

por años la Tierra.<br />

Al llegar se impresionó de la altura<br />

de este. Medía quince metros de alto<br />

y tres de ancho. En su cara norte una<br />

especie de extraños jeroglíficos azules<br />

y brillantes resaltaba de la piedra e irradiaban<br />

un calor extraño, sobrenatural,<br />

algo que jamás había visto. Deseaba<br />

tocarlo pro no se atrevía, el miedo<br />

podía más que su curiosidad. Estaba<br />

a punto de alejarse cuando un rayo<br />

azul apareció en el cielo terminando<br />

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