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La sirena varada: Año 1, Número 3

El tercer número de La sirena varada: Revista literaria bimestral

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al cumplimiento de la misión que lo había<br />

llevado hasta allí<br />

En pocos minutos se retiró de la habitación,<br />

cerrándola con llave, no sin<br />

antes bajar el volumen de la emisora.<br />

Lo sucedido en las dos piezas contiguas<br />

fue un calco de lo acontecido en<br />

la del trébol, sólo que todo fue llevado<br />

a cabo con mayor apuro. El tiempo lo<br />

presionaba, en seis horas, calculando<br />

dos por mujer, debía dejar por finalizado<br />

su quehacer. Teniendo en cuenta la<br />

temperatura ambiente y la época del<br />

año, era primavera, dos horas era el<br />

tiempo exacto en que se produciría el<br />

resultado, luego… con un estremecimiento<br />

aleja esos pensamientos, no es<br />

hora de detenerse en conjeturas.<br />

Dejó la última habitación para dirigirse<br />

de nuevo a la primera. Se sentía<br />

exhausto, mareado. Trató de llevar aire<br />

a sus cuatro pulmones pero le quedó la<br />

sensación de no lograrlo a cabalidad,<br />

tal era su sensación de ahogo, que no<br />

sabía si era un malestar físico por la<br />

premura de su accionar o el temor a no<br />

lograr su cometido.<br />

Un reguero de pequeñas huellas ensangrentadas<br />

fue marcando su trajinar.<br />

En cada una de las alcobas recogió<br />

con sumo cuidado, casi con unción, el<br />

resultado de sus actos. Acomodar la<br />

preciosa carga en los lugares indicados<br />

de su cuerpo le llevó mucho del escaso<br />

tiempo que le quedaba. Una vez finalizada<br />

esta delicada operación se cubrió<br />

con el informe ropaje, escondiendo las<br />

patas sanguinolentas bajo el mismo.<br />

Apoyándose en los enormes pies calzados,<br />

emprendió el camino hacia la<br />

salida, tratando de controlar su apuro,<br />

con el fin de no llamar la atención de la<br />

encargada de recepción. Trabajo inútil,<br />

ya que ésta, para no verlo, se escondió<br />

literalmente en un rimero de papeles.<br />

Una vez transpuesta la puerta de entrada,<br />

liberó sus patas y empleando éstas,<br />

los pies y las manos corrió con toda la velocidad<br />

que su cuerpo cargado le permitió.<br />

Debía encontrar un lugar donde refugiarse<br />

para llevar a cabo la fase final<br />

de su misión. Haciendo caso omiso de<br />

los terribles dolores que parecían roerle<br />

las entrañas, se dirigió a un jardín<br />

abandonado, cuya maleza le permitiría<br />

ocultar de ojos curiosos su agonía y el<br />

renacer de la especie que su esperma<br />

ambarino y el vientre de las tres mujeres<br />

había hecho posible.<br />

Los tremendos padecimientos que<br />

las pequeñas criaturas le provocaban<br />

al alimentarse de su carne, amenazaban<br />

con hacerle perder el conocimiento.<br />

Mientras oía el ulular de una <strong>sirena</strong><br />

policial, una mueca satisfecha transforma<br />

su rostro monstruoso.<br />

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