19.07.2018 Views

De profundis - Oscar Wilde

«La tragedia de mi vida» es la forma en que Oscar Wilde define a la dolorosa pasión homosexual que lo unió a lord Alfred Douglas, a quien cariñosamente apodaba «Bosie» y que le costó, por denuncia de su padre, el oprobio, la cárcel, la ruina económica, la destrucción de su hogar, y el posterior destierro en el que encontraría la muerte. El libro es, en realidad, una larga carta a su amante, escrita a principios de 1897, en la cárcel de Reading y publicada en 1905, luego de su muerte. Llena de quejas y reproches por su egoísmo y su ingratitud, es, al mismo tiempo, la narración de la historia de esa trágica relación, contada con una precisión de detalles provistos por el largo tiempo de reflexión y confinamiento, más la larga memoria desde el dolor. Ese prolongado encierro le permitió también una revisión de sus propios conceptos morales y los de su época, en páginas memorables que podrían constituir de por sí un tratado de ética, por las profundas reflexiones sobre la moral cristiana, el evangelio y el ejemplo de la vida y muerte de Cristo. El hombre que se permitió todo en su lucha contra lo convencional, revisa la relación que le hizo perder todo, y de la que sin embargo no se arrepiente, como un héroe trágico, que seguirá cautivando por su entrega y su expiación, al margen de la perplejidad que provoca la indignidad del objeto de su amor, el lugar mismo de su destino trágico.

«La tragedia de mi vida» es la forma en que Oscar Wilde define a la dolorosa pasión homosexual que lo unió a lord Alfred Douglas, a quien cariñosamente apodaba «Bosie» y que le costó, por denuncia de su padre, el oprobio, la cárcel, la ruina económica, la destrucción de su hogar, y el posterior destierro en el que encontraría la muerte. El libro es, en realidad, una larga carta a su amante, escrita a principios de 1897, en la cárcel de Reading y publicada en 1905, luego de su muerte. Llena de quejas y reproches por su egoísmo y su ingratitud, es, al mismo tiempo, la narración de la historia de esa trágica relación, contada con una precisión de detalles provistos por el largo tiempo de reflexión y confinamiento, más la larga memoria desde el dolor. Ese prolongado encierro le permitió también una revisión de sus propios conceptos morales y los de su época, en páginas memorables que podrían constituir de por sí un tratado de ética, por las profundas reflexiones sobre la moral cristiana, el evangelio y el ejemplo de la vida y muerte de Cristo. El hombre que se permitió todo en su lucha contra lo convencional, revisa la relación que le hizo perder todo, y de la que sin embargo no se arrepiente, como un héroe trágico, que seguirá cautivando por su entrega y su expiación, al margen de la perplejidad que provoca la indignidad del objeto de su amor, el lugar mismo de su destino trágico.

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

era mi resolución, y embelesado me entregué a mi arte, cuyo proceso te<br />

permitiera interrumpir.<br />

Habían pasado tres meses apenas cuando tu madre, con esa deplorable<br />

debilidad que la caracteriza, y que ha sido en la tragedia de mi vida un factor no<br />

menos funesto que la violencia de tu padre, me escribió para decirme, influida<br />

por ti, cosa que no puse en duda ni por un solo instante, naturalmente, que<br />

querías saber imperiosamente de mí, y para que no recurriese yo a ningún<br />

pretexto para eludir una respuesta, me mandaba al mismo tiempo tus señas en<br />

Atenas, que yo me sabía de memoria.<br />

<strong>De</strong>bo confesar que esa carta me dejó pasmado. No acababa de comprender<br />

cómo tu madre, luego de lo que escribiera en diciembre, y de mi respuesta,<br />

podía ni siquiera pretender restablecer mi desdichada amistad contigo. Como es<br />

natural, acusé recibo de su carta, y nuevamente le encarecí con gran insistencia,<br />

que hiciese lo imposible por tratar de adscribirte a una legación en el exterior, a<br />

fin de que no pudieses regresar a Inglaterra; pero no te escribí, y seguí pasando<br />

por alto tus telegramas, como antes de haber recibido la comunicación de tu<br />

madre.<br />

Telegrafiaste, por último, a mi esposa, suplicándole influyese en mí para<br />

que te escribiera. <strong>De</strong>sde el primer momento, nuestra amistad había sido para<br />

ella una fuente de pesares, no sólo porque nunca le gustaste personalmente,<br />

sino porque muy pronto advirtió cómo me cambiaba el trato contigo, y no,<br />

precisamente, para mejorarme. Pero, habiéndose ella mostrado siempre muy<br />

amable y hospitalaria contigo, no podía hacerse a la idea de que fuese yo, como<br />

ella lo suponía, tan duro con uno de mis amigos. Pensaba, sabía, mejor dicho,<br />

que no iba conforme con mi carácter esa dureza. Accediendo a sus súplicas, me<br />

puse otra vez en contacto contigo. Me acuerdo muy bien el contenido de mi<br />

telegrama. En el mismo te decía que el tiempo restaña todas las heridas, pero<br />

que sin embargo, preferiría no escribirte ni hablarte en muchos meses más, aún.<br />

Saliste para París sin perder un solo instante, mandándome a lo largo del<br />

trayecto apasionados telegramas, y suplicándome te hablase aunque más no<br />

fuese una vez. Pero me negué a hacerlo.<br />

En las últimas horas de la tarde de un sábado tuvo lugar tu arribo a París;<br />

en el hotel te encontraste con una breve esquela mía, expresándote que<br />

preferiría no conversar contigo. A la siguiente mañana recibía en Tite-Street un<br />

telegrama tuyo que llenaba diez u once hojas. Me decías en ese despacho que, no<br />

obstante lo que me hubieras hecho, no podías suponer que me negase tan<br />

rotundamente a hablarte; me recordabas que, tan sólo para hablar conmigo<br />

aunque más no fuese una hora, habías viajado seis días con sus noches,<br />

atravesando toda Europa sin detenerte en parte alguna; y con singular<br />

insistencia me implorabas de un modo, no puedo negarlo, infinitamente<br />

conmovedor; finalizabas tu cable con una amenaza de muerte voluntaria, que<br />

personalmente, no me pareció ni siquiera disimulada.<br />

A menudo me habías contado tú mismo cómo muchos de los miembros de<br />

tu casta se habían maculado las manos con su propia sangre; con toda seguridad<br />

tu tío, muy probablemente tu abuelo, y algunos más, miembros de aquel<br />

desventurado tronco del cual descendías. Compasión; mi viejo afecto por ti;<br />

consideración hacia tu madre, para quien tu deceso en tan terribles<br />

circunstancias habría sido casi una felonía del destino, y la espantosa<br />

perspectiva de que un ser tan joven que, no obstante sus odiosos defectos,<br />

prometía aún tan bellas esperanzas, había de terminar de una manera tan poco<br />

digna, un sentimiento purísimo de humanidad… contribuye todo esto a

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!