19.07.2018 Views

De profundis - Oscar Wilde

«La tragedia de mi vida» es la forma en que Oscar Wilde define a la dolorosa pasión homosexual que lo unió a lord Alfred Douglas, a quien cariñosamente apodaba «Bosie» y que le costó, por denuncia de su padre, el oprobio, la cárcel, la ruina económica, la destrucción de su hogar, y el posterior destierro en el que encontraría la muerte. El libro es, en realidad, una larga carta a su amante, escrita a principios de 1897, en la cárcel de Reading y publicada en 1905, luego de su muerte. Llena de quejas y reproches por su egoísmo y su ingratitud, es, al mismo tiempo, la narración de la historia de esa trágica relación, contada con una precisión de detalles provistos por el largo tiempo de reflexión y confinamiento, más la larga memoria desde el dolor. Ese prolongado encierro le permitió también una revisión de sus propios conceptos morales y los de su época, en páginas memorables que podrían constituir de por sí un tratado de ética, por las profundas reflexiones sobre la moral cristiana, el evangelio y el ejemplo de la vida y muerte de Cristo. El hombre que se permitió todo en su lucha contra lo convencional, revisa la relación que le hizo perder todo, y de la que sin embargo no se arrepiente, como un héroe trágico, que seguirá cautivando por su entrega y su expiación, al margen de la perplejidad que provoca la indignidad del objeto de su amor, el lugar mismo de su destino trágico.

«La tragedia de mi vida» es la forma en que Oscar Wilde define a la dolorosa pasión homosexual que lo unió a lord Alfred Douglas, a quien cariñosamente apodaba «Bosie» y que le costó, por denuncia de su padre, el oprobio, la cárcel, la ruina económica, la destrucción de su hogar, y el posterior destierro en el que encontraría la muerte. El libro es, en realidad, una larga carta a su amante, escrita a principios de 1897, en la cárcel de Reading y publicada en 1905, luego de su muerte. Llena de quejas y reproches por su egoísmo y su ingratitud, es, al mismo tiempo, la narración de la historia de esa trágica relación, contada con una precisión de detalles provistos por el largo tiempo de reflexión y confinamiento, más la larga memoria desde el dolor. Ese prolongado encierro le permitió también una revisión de sus propios conceptos morales y los de su época, en páginas memorables que podrían constituir de por sí un tratado de ética, por las profundas reflexiones sobre la moral cristiana, el evangelio y el ejemplo de la vida y muerte de Cristo. El hombre que se permitió todo en su lucha contra lo convencional, revisa la relación que le hizo perder todo, y de la que sin embargo no se arrepiente, como un héroe trágico, que seguirá cautivando por su entrega y su expiación, al margen de la perplejidad que provoca la indignidad del objeto de su amor, el lugar mismo de su destino trágico.

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

como el más mísero de los menesterosos que se encuentre en el quicio de una<br />

puerta o marche calle abajo, tendiendo la mano en solicitación de una limosna,<br />

cosa que, al menos en Inglaterra, no se hace sin temores.<br />

La ley todo no sólo me arrebató cuanto yo poseía: mis libros, mis muebles,<br />

mis cuadros, mis derechos de autor de obras publicadas, los que me<br />

corresponden por mis piezas teatrales, todo, en pocas palabras, desde El<br />

príncipe feliz y El abanico de Lady Windermere, hasta las alfombras de la<br />

escalinata y los quitabarros de mi casa, sino todo lo que en el futuro pudiera<br />

llegar a tener. Así, por ejemplo, se ha enajenado la parte que me corresponde en<br />

mis bienes gananciales. Pude, por suerte, y gracias a mis amigos, recuperarla.<br />

<strong>De</strong> lo contrario, mis dos hijos, si falleciese mi esposa, se encontrarían, viviendo<br />

tan carentes de recursos como yo mismo.<br />

La parte que me toca en la finca de Irlanda, heredada de mi padre, es de<br />

suponer que será lo primero en entrar en turno. Su venta despierta en mí muy<br />

dolorosos sentimientos, pero la resignación es lo único que me resta en la<br />

emergencia.<br />

Aquellos setecientos peniques —¿o eran libras?— de tu padre, pronto han<br />

de llegar, y le serán abonados. Y aunque se me quite todo lo que tengo y lo que<br />

pueda tener, y el proceso, desvanecidas ya las esperanzas de mi capacidad de<br />

pago, sea sobreseído, seguirán impertérritas mis deudas. Quedan aún por pagar<br />

las comidas del Savoy: la sopa de tortuga, los hortelanos cubiertos por sus<br />

dentadas hojas de parra siciliana, el pesado champaña de ambarino color, y<br />

hasta casi oliendo a ámbar, tu vino predilecto, me parece que era el Dagonet<br />

1880, las cenas de Willis; las cuvées (vinos seleccionados) de Perrier-Jouet,<br />

especialmente reservadas para nosotros; los deliciosos pasteles de foie-gras,<br />

traídos en línea directa de Estrasburgo, el maravilloso coñac, que era siempre<br />

servido en el fondo de grandes copas acampanadas, a fin de que su aroma fuese<br />

gustado convenientemente por los sibaritas de todos los refinamientos reales<br />

que brinda la vida; nada de esto puede quedar sin pagar, como vergonzosas<br />

deudas de un anfitrión desleal. Y aquellos bonitos gemelos —cuatro<br />

labradorcitas acorazadas, con puntitos de plata alternando con rubíes y<br />

diamantes— que yo mismo dibujara y encomendara a Henry Lewis, modesto<br />

obsequio con el que pretendía celebrar contigo el éxito de mi segunda comedia,<br />

también tendré que pagarlos, a pesar de que los vendiste pocos meses más tarde<br />

por un trozo de pan; no es posible que consienta que sufra el joyero una pérdida<br />

por los regalos que te hice, sea cual fuere el uso que posteriormente hicieses de<br />

ellos.<br />

<strong>De</strong> modo que ya ves que yo, aunque se produzca el sobreseimiento del<br />

proceso, tengo que pagar aún mis deudas. Y lo que se aplica a quien ha<br />

quebrado, puede aplicarse también a cualquier otra emergencia de la vida.<br />

Alguien tiene que pagar todo lo que se hace. Tú mismo, a pesar de tu afán de ser<br />

relevado de todos los deberes, de la tenacidad con que logras que otro te lo<br />

proporcione todo, y de tus esfuerzos por rechazar todas las obligaciones de<br />

afecto, consideración o gratitud, verás el día en que tendrás que meditar<br />

seriamente acerca de lo que hiciste, y en que no podrás dejar de intentar<br />

deshacerlo, por inútil que esto sea.<br />

Y será una parte de tu castigo que no te encuentres en condiciones de<br />

poderlo hacer. No es posible que te laves las manos de toda responsabilidad y<br />

que, con un encogimiento de hombros, marches con una sonrisa hacia un nuevo<br />

amigo, o te aproximes a otra mesa recién tendida.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!