19.07.2018 Views

De profundis - Oscar Wilde

«La tragedia de mi vida» es la forma en que Oscar Wilde define a la dolorosa pasión homosexual que lo unió a lord Alfred Douglas, a quien cariñosamente apodaba «Bosie» y que le costó, por denuncia de su padre, el oprobio, la cárcel, la ruina económica, la destrucción de su hogar, y el posterior destierro en el que encontraría la muerte. El libro es, en realidad, una larga carta a su amante, escrita a principios de 1897, en la cárcel de Reading y publicada en 1905, luego de su muerte. Llena de quejas y reproches por su egoísmo y su ingratitud, es, al mismo tiempo, la narración de la historia de esa trágica relación, contada con una precisión de detalles provistos por el largo tiempo de reflexión y confinamiento, más la larga memoria desde el dolor. Ese prolongado encierro le permitió también una revisión de sus propios conceptos morales y los de su época, en páginas memorables que podrían constituir de por sí un tratado de ética, por las profundas reflexiones sobre la moral cristiana, el evangelio y el ejemplo de la vida y muerte de Cristo. El hombre que se permitió todo en su lucha contra lo convencional, revisa la relación que le hizo perder todo, y de la que sin embargo no se arrepiente, como un héroe trágico, que seguirá cautivando por su entrega y su expiación, al margen de la perplejidad que provoca la indignidad del objeto de su amor, el lugar mismo de su destino trágico.

«La tragedia de mi vida» es la forma en que Oscar Wilde define a la dolorosa pasión homosexual que lo unió a lord Alfred Douglas, a quien cariñosamente apodaba «Bosie» y que le costó, por denuncia de su padre, el oprobio, la cárcel, la ruina económica, la destrucción de su hogar, y el posterior destierro en el que encontraría la muerte. El libro es, en realidad, una larga carta a su amante, escrita a principios de 1897, en la cárcel de Reading y publicada en 1905, luego de su muerte. Llena de quejas y reproches por su egoísmo y su ingratitud, es, al mismo tiempo, la narración de la historia de esa trágica relación, contada con una precisión de detalles provistos por el largo tiempo de reflexión y confinamiento, más la larga memoria desde el dolor. Ese prolongado encierro le permitió también una revisión de sus propios conceptos morales y los de su época, en páginas memorables que podrían constituir de por sí un tratado de ética, por las profundas reflexiones sobre la moral cristiana, el evangelio y el ejemplo de la vida y muerte de Cristo. El hombre que se permitió todo en su lucha contra lo convencional, revisa la relación que le hizo perder todo, y de la que sin embargo no se arrepiente, como un héroe trágico, que seguirá cautivando por su entrega y su expiación, al margen de la perplejidad que provoca la indignidad del objeto de su amor, el lugar mismo de su destino trágico.

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

precursor real del movimiento romántico en la vida, sino que era la misma que<br />

la del artista, la esencia de su naturaleza; vale decir, una intensísima<br />

imaginación, ardiente como una llama.<br />

Llevó Cristo a toda la esfera de las relaciones humanas, esa imaginación<br />

que constituye el secreto de la creación artística. Comprendió el mal del leproso,<br />

las tinieblas del ciego, la miseria cruel de los que viven en el placer, y la miseria<br />

singular de los opulentos. Me escribiste tú en mi desgracia: ¡<strong>De</strong>jas de ser<br />

interesante cuando no te encuentras sobre tu pedestal! ¡Cuán distante te<br />

encontrabas de lo que denomina Mathew Arnold el secreto de Jesús! Te habrían<br />

enseñado ambos que lo que a otro acaece le acaece a uno mismo. Si quieres un<br />

lema de útil lectura para cualquier hora, en la hora del dolor y en la hora del<br />

placer, escribe en las paredes de tu casa, para que las cubra de oro el sol y de<br />

plata la luna, estas palabras: Lo que a otro le acaece, a uno mismo le acaece.<br />

Indudable es que Cristo figura entre los poetas. Su concepción de la<br />

humanidad provenía directamente de la imaginación, y no puede ser<br />

comprendida más que a través de ésta. Fue el hombre para Él lo que Dios para<br />

los panteístas. Fue Él el primero en concebir la unidad de las distintas razas.<br />

Ya existían dioses y hombres antes que Él. Y Él, sintiendo que se habían<br />

hecho carne en Él, gustaba de llamarse, a veces, el Hijo de Dios, y el Hijo del<br />

hombre, otras. Más que cualquier otro en la Historia, despierta en nosotros esa<br />

inclinación hacia lo maravilloso, a que se halla siempre dispuesto el<br />

romanticismo. Todavía es para mí algo increíble eso de que un joven labriego<br />

galileo se imagine que puede llevar sobre sus hombros todo el peso del mundo;<br />

el peso de todo lo que hasta ese momento se había hecho y padecido y de cuanto<br />

habría de hacerse y padecerse: los pecados de Nerón, de César Borgia, de<br />

Alejandro VI, del que fue emperador de Roma y también sacerdote del Sol; los<br />

padecimientos de todos aquellos, que forman legión, que yacen entre ruinas, los<br />

sufrimientos de los pueblos oprimidos, de los niños que laboran en las fábricas,<br />

de los ladrones, de los presidiarios, de los desheredados de la suerte, y de los<br />

que están sojuzgados y cuyo silencio sólo puede oír Dios. Y no solamente llega a<br />

imaginárselo, sino que lo realiza efectivamente, de modo que hay todavía los<br />

que entran en contacto con Él, aunque ante sus altares no se prosternen, ni se<br />

pongan de hinojos ante sus sacerdotes, tienen hasta cierto punto la impresión<br />

de que se les esfuma la fealdad de sus pecados y se les rebela la hermosura de<br />

sus padecimientos.<br />

Dije ya que Cristo figura entre los aedas, y es la pura verdad. Son<br />

hermanos suyos Shelley y Sófocles... Pero su misma vida constituye el más<br />

maravilloso de sus poemas, y en todo el ciclo de la tragedia griega no hay nada<br />

que pueda asemejarse al temor y la piedad de esta vida. La pureza del<br />

protagonista eleva este edificio a una altura de arte romántico que, a causa de su<br />

propio horror, les está prohibido a los padecimientos de las familias de Tebas y<br />

a la de los Átridas. Y demuestra también esta pureza lo erróneo que era el<br />

axioma expuesto por Aristóteles en su Tratado del Drama, y que sentaba que<br />

era imposible soportar el espectáculo del castigo de un inocente. Ni en Esquilo<br />

ni en Dante, el austero maestro de la ternura; ni en Shakespeare, el más<br />

nítidamente humano de todos los grandes artistas; ni en todos los mitos y todas<br />

las leyendas celtas, en los cuales luce la gracia del mundo a través de una niebla<br />

de lágrimas, y no vale la vida de un hombre más que la de una flor, nada hay que<br />

a causa de su sencillez conmovedora, unida a la sublimidad del trágico efecto de<br />

que proviene, nada hay que igualarse pueda, ni siquiera acercarse, al acto último<br />

de la historia de la Pasión de Cristo. La simple Cena aquélla, con sus discípulos,

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!