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bajo de la bata siguen siendo civiles, entes públicos, mientras que uno,
descalzo y desnudo bajo la bata, está sometido a los corredores del hospital
para que la exposición no sea pública
qué cosa más ridícula salir corriendo del hospital con esas batas y
sus nudos semejantes a las camisas de fuerza de los locos del cine
todo esto lo pensaba mientras atravesábamos la entraña hospitalaria
rumbo al aparato de las resonancias magnéticas, ese sarcófago donde
años antes había entrado ya por indicación de las migrañas, desaparecidas
también un tiempo después, azuzadas en un principio, según otro
médico, por un tumor cerebral que nunca logró descubrir, y años más
tarde la tumba de imanes habría de engullirme de nuevo debido a una
la lesión en el nervio ciático, en fechas en que otros médicos querían intervenirme
y llenarme las vértebras de tornillos y placas de titanio
por ejemplo, volvía a decir entonces, el miedo es como la sed, que
tiene la forma del ahogado
¿y eso qué significa?, pensaba yo sin decirle que me quería ir, que
renunciaba al examen, que quería vestirme
pero uno pierde cierta capacidad de habla en los hospitales, como si
el lenguaje interior de los que trabajan ahí fuera de un orden ajeno y
las palabras de uno, enfermo siempre, fueran tan elementales que no
logran producir ni un solo sonido
llenos de pasillos y habitaciones, los hospitales rara vez producen
eco
o su eco es solamente posible en el abandono
(en la calle en la que crecí había una clínica, o el cascarón de un
edificio que alguna vez fue una clínica, psiquiátrica, decían para asustarnos,
que nunca vi en funcionamiento y que cerró, según contaban,
porque durante una cirugía de extirpación de las amígdalas había
muerto una niña de siete años; recuerdo, aún sin comprender del todo
la muerte y sus fronteras, preguntarle a mi hermana mayor, a quien le
habían extraído las amígdalas antes de que yo naciera, si había sido ella
la que murió en aquel hospital
no recuerdo su respuesta
Excodra XLIII 14 El miedo