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Excodra XLIII: El miedo

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El mineral del alma

Jesús Carnerero Carballo

Un carraspeo. El sofoco por moverse al trote en lugar de andando.

Impaciencia por contar la aventura más reciente que ha disfrutado. La

mezcla de todo tamizada con el filtro de la inocencia. O ninguna de

esas tres opciones sino una diferente con la capacidad de congelar la

respiración apenas aflora.

Hace sólo mes y medio que regresaron al colegio. No, no es posible.

No puede ser nada.

En una época no demasiado lejana y, sin embargo, difuminada en el

horizonte, con buena salud y calidad de vida, acceso universal a servicios

médicos profesionales y avances científicos que con loable dedicación

habían erradicado lo que antes en un descuido mataba, toser llevaba

décadas sin ser causa de sobresalto. En cambio, el sosiego llevaba

tiempo reducido a una capa que se quebraba con tan sólo incrustarle la

uña. El espacio que quedó libre fue ocupado de manera gradual por

otra sustancia que, surgida de lo más hondo de cada uno de los seres,

maduró y se esparció hasta conquistar el alma entera; uno de los escasos

minerales que, en lugar de debilitarse, se hace más sólido a medida

que se divide en forma de ramificaciones.

Retén el aire, mantén la compostura, medita tanto como los instantes

te permitan.

El mes anterior su marido tuvo que lidiar con el último susto. Ella

trabajando fuera y él haciéndolo desde casa tres días por semana, si finalmente

se cumplían las previsiones sanitarias que en teoría estaban

sobre la mesa del Gobierno era muy probable que su empresa pronto

decretase ir a la oficina cada dos semanas para no correr riesgos absurdos

ni volver a pasar por lo mismo partiendo desde menos diez y no de

cero, los chicos cubrieron cada minuto de una de aquellas tardes con

un surtido de actividades. Al igual que la pereza engendra pereza, el

exceso de actividad puede derivar en la generación de monstruitos infa­

El miedo 37 Excodra XLIII

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