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Excodra XLIII: El miedo

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son más que una especie de neblina indistinguible que en principio

me hace sentir arropado y protegido. Al fondo puede verse un escenario

vacío nimbado por una suerte de banderola en la que puede

leerse “Encuentro de Cultura Agrícola” o algo por el estilo. A la

derecha, algo más cerca de “nosotros”, el esqueleto de un edificio

en construcción: una imagen buñuelesca que ya en ese mismo momento

me hace pensar en los paisajes desolados de la periferia de

la ciudad de México en la película Los olvidados. Masas de gente

llegan de todas partes en oleadas.

La siguiente escena transcurre en el interior del edificio a medio

construir, que aún no es más que un entramado de vigas y columnas,

de escaleras que conectan unos pisos con otros. La estructura

está ocupada por miles de personas aterrorizadas que intentamos

escapar de una amenaza que de entrada me resulta inexplicable.

Siento la angustia, soy consciente del peligro, pero eso es todo.

Al rato veo llegar a un grupo de hombres, vestidos con uniformes

negros y armados con subfusiles, que disparan contra el bulto de la

multitud o la emprenden a culatazos con los que tienen más próximos.

En la escena final me encuentro bajo una pila de cadáveres.

Sigo angustiado, pero al mismo tiempo estoy estúpidamente orgulloso

por haber sido capaz de escapar a la masacre haciéndome el

muerto. Oigo las voces de los soldados que están más allá de los

cuerpos amontonados, pero no consigo entender lo que dicen. De

pronto noto cierta agitación en el cadáver que tengo justo encima

de mí, y el ruido de lo que parece un serrucho atravesando un bloque

de madera. Enseguida me doy cuenta de lo que está ocurriendo:

uno de los soldados está decapitando al muchacho muerto bajo

el que estoy escondido. Siento la cabeza que se separa del cuerpo,

pero de alguna manera puedo “ver” que todavía sigue unida al cuello

por una estrecha tira de músculo y pellejo.

Durante estos días mi viejo amigo JL se convierte en mi dealer de información

sobre el TEMA, y me surte con tanta profusión que a veces

temo que una sobredosis acabe por reventarme de verdad las venas. Lo

hace a través del correo electrónico, y en el momento en que redacto

El miedo 33 Excodra XLIII

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