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son más que una especie de neblina indistinguible que en principio
me hace sentir arropado y protegido. Al fondo puede verse un escenario
vacío nimbado por una suerte de banderola en la que puede
leerse “Encuentro de Cultura Agrícola” o algo por el estilo. A la
derecha, algo más cerca de “nosotros”, el esqueleto de un edificio
en construcción: una imagen buñuelesca que ya en ese mismo momento
me hace pensar en los paisajes desolados de la periferia de
la ciudad de México en la película Los olvidados. Masas de gente
llegan de todas partes en oleadas.
La siguiente escena transcurre en el interior del edificio a medio
construir, que aún no es más que un entramado de vigas y columnas,
de escaleras que conectan unos pisos con otros. La estructura
está ocupada por miles de personas aterrorizadas que intentamos
escapar de una amenaza que de entrada me resulta inexplicable.
Siento la angustia, soy consciente del peligro, pero eso es todo.
Al rato veo llegar a un grupo de hombres, vestidos con uniformes
negros y armados con subfusiles, que disparan contra el bulto de la
multitud o la emprenden a culatazos con los que tienen más próximos.
En la escena final me encuentro bajo una pila de cadáveres.
Sigo angustiado, pero al mismo tiempo estoy estúpidamente orgulloso
por haber sido capaz de escapar a la masacre haciéndome el
muerto. Oigo las voces de los soldados que están más allá de los
cuerpos amontonados, pero no consigo entender lo que dicen. De
pronto noto cierta agitación en el cadáver que tengo justo encima
de mí, y el ruido de lo que parece un serrucho atravesando un bloque
de madera. Enseguida me doy cuenta de lo que está ocurriendo:
uno de los soldados está decapitando al muchacho muerto bajo
el que estoy escondido. Siento la cabeza que se separa del cuerpo,
pero de alguna manera puedo “ver” que todavía sigue unida al cuello
por una estrecha tira de músculo y pellejo.
Durante estos días mi viejo amigo JL se convierte en mi dealer de información
sobre el TEMA, y me surte con tanta profusión que a veces
temo que una sobredosis acabe por reventarme de verdad las venas. Lo
hace a través del correo electrónico, y en el momento en que redacto
El miedo 33 Excodra XLIII