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Excodra XLIII: El miedo

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agregamos algunas cuantas imágenes de objetos que sabemos que serán

desconocidos para el sujeto

yo era «el sujeto» a estas alturas

y entonces registramos la ausencia de reacción:

nada en el cerebro, salvo la capacidad de deducción, el intento por

descifrar aquello que es ajeno, se enciende en las pantallas:

muchas veces he escuchado que la gente dice que se teme a lo desconocido,

pero esa idea es apenas un romanticismo, un juego de palabras,

una forma de decir que en lo ajeno puede esconderse una amenaza capaz

de ponernos en riesgo

el único temor posible, insistió, en última instancia, es a la muerte

a la herida

el resto son miedos subsidiarios, decía el médico;

y antes de que pudiera pedirle una explicación sobre esa idea de los

miedos subsidiarios, habíamos llegado a una zona más concurrida del

hospital

¿cuánto tiempo llevábamos caminando?

¿cómo se mide el tiempo en los hospitales, cómo se mide el tiempo

en el miedo?

me di cuenta de cómo se le había encajado la cabeza entre los hombros,

como si tratara de protegerse de un estruendo o de la lluvia de un

grito que silbaba su propio nombre

me había adelantado ya varios pasos y yo, que sentía en las plantas

de los pies el frío y la enfermedad esparcida por el suelo del hospital

me fui quedando atrás en un caminar más lento, tan animal como el

suyo, un caminar de precaución, el mío, uno de prisa con las rodillas

demasiado flexionadas, demasiado levantadas, el andar del médico,

que llevaba la mirada encajada en sus pies como si una especial coordinación

del movimiento le fuera exigida en ese tramo del recorrido

tuve el instinto de mirar hacia las puertas que se entreabrían a lo

largo del pasillo, esperando la emergencia de un intruso, como si yo

mismo no fuese ajeno a aquellos páramos, o tratando de divisar cuál

era el motivo de la prisa

El miedo 17 Excodra XLIII

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