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se en el catalizadora inmediata del proceso de escritura. No invita a la
locuacidad, el miedo.
El encierro, por cierto, me pilla en plena lectura de la biografía de
Roland Barthes escrita por Tiphaine Samoyault 1 . Las últimas páginas
del libro recogen, como es obvio, los últimos años de la vida de Barthes
y hacen referencia a su proyecto, nunca llevado a cabo, de escribir una
novela. Conforme al proyecto original, la novela debía ser una obra monumental
al menos en un doble sentido: primero, porque Barthes entendía
por novela una obra al estilo de En busca del tiempo perdido o de
Guerra y paz, “a la vez cosmogonía, obra iniciática y suma de sabiduría”;
y en segundo lugar, porque él la imaginaba ligada como por un
cordón umbilical invisible a la figura de su madre, fallecida poco antes,
y en cuya memoria deseaba construir una especie de monumento fúnebre
literario.
Curiosamente, la Novela de Barthes no pretendía ser un libro. Quien
a mediados de la década de los años sesenta había sentenciado a muerte
al autor, una década después, anuncia la progresiva desaparición del
objeto “libro” y le opone la forma alternativa del “álbum”. Frente y
contra el aspecto clausurado del libro, el álbum se caracteriza por su
apertura, su heterogeneidad y su desorden, o cuando menos por un orden
plural, móvil y contingente. Un álbum se compone de notas dispersas,
y esas notas “se colocan o añaden al azar”; el proyecto de Novela
barthesiano consistiría pues en coser los retales de escritura que habría
ido acumulando a lo largo de los dos últimos años, tal como –según él
entiende– habría hecho Proust en la composición de su Tiempo perdido.
Sin embargo, el 10 de julio de 1979 Barthes consigna su fracaso en una
de sus fichas preparatorias: “Sé que la novela es imposible –dice– y que
no la escribiré”, y ocho días después reconoce la imposibilidad de siquiera
“poner en marcha una novela. […] Había concebido la Novela
1 Recuerdo que compré el libro en el verano de 2015 en La Machine à Lire de Burdeos, una de mis
librerías más queridas. En 2015 se cumplía el centenario de quien había decretado “la muerte
del autor”, como otros antes habían levantado acta de la muerte de Dios o de la muerte del
hombre. Ahora temo no poder volver a Burdeos o que La Machine à Lire desaparezca, o ambas
cosas.
El miedo 29 Excodra XLIII