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II
Hay por otro lado una experiencia de la inteligencia vincular, creativa,
amorosa, que permite al ser humano experimentar, ser consciente,
de su existencia como parte de un todo que es una inmensa y compleja
constelación de vida y materia interconectada, interdependiente, que
obra como un ser vivo del que cada persona sería una célula, formando
una briosa e imprevisible fronda, océano, familia planetaria. La persona
se sabe en conexión con la naturaleza, con la vida en todas sus formas,
y en especial con las otras personas, humanas, animales, vegetales. Se
reconoce vinculado, de tú a tú, y entiende que la simbiosis es su forma
inteligente de estar en el mundo. En vez de hostilidad, experimenta
hospitalidad. No añade muros, ni inventa divisiones, admira y respeta
la biodiversidad, su corazón, su mente, no son ajenas a otros corazones
y mentes, con los que establece una inteligencia conectada, colaborativa.
Así se produce una transformación libidinal, superadas las moralinas,
dogmas, prejuicios y exclusiones de la mente autoritaria del egocentrismo.
Lo obsesivo, compulsivo, represivo se diluye. La pasión fluye
como pasión y/o como compasión, no como patología. El miedo pasa
de ser un bloqueante de la experiencia vital a ser un vehículo para sanar
los vínculos y empoderar a la persona más allá de sí mismo, reconciliándole
con el aquí –comunitario– y ahora abierto. Si algo amenaza
un ecosistema, se genera miedo, que propicia gestionarse desde lo personal,
pero también desde lo colectivo. Se coopera. No hay necesidad
de acumular, se sabe compartir. Tú no eres el centro, la plena existencia
es dinámico centro y tú una luminosa partícula más en la gran familia
terráquea.
III
El miedo en una persona libre es un instrumento medicinal, de prevención
de un riesgo. No me pone en guerra, sino en la cuestión primera
de atención, en los cuidados propios para no dañar ni dañarme en
un devenir que consciente de lo imprevisible y cambiante, es vulnera
Excodra XLIII 22 El miedo