11.05.2020 Views

Excodra XLIII: El miedo

Excodra XLIII: El miedo

Excodra XLIII: El miedo

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

buido Ariadna estuve toda la tarde leyendo frases de La Fenomenología

del Espíritu con el móvil, tratando de encontrar consuelo en el mundo

escrito, como acostumbraba a hacer, sin hallar otra cosa que conceptos

y más conceptos y un agudo dolor lumbar hacia medianoche. Esa fe en

lo intelectual provocaba la absoluta hilaridad en Humbert, que se descojonaba

vivo cuando yo tomaba notas de nuestros encuentros, cosa

que me hacía sentir, por cierto, como un memo.

Pero el consuelo, por raro que parezca, lo encontraba yo en las llamadas

de Ariadna, todo un salvavidas en el naufragio de mi ostracismo

y particular confinamiento. Así que cuando no llamó durante unos días

me lo tomé como un descanso, al cabo de unas semanas noté cierto

desconsuelo y cuando la ausencia iba para el mes, me sentía definitivamente

inquieto. ¿En qué andaría metida? ¿Estarían preparando su próximo

golpe? O peor, ¿quizás se habría hartado de mí y mi pusilánime

zozobra?

Es por todo ello que cuando el teléfono sonó alrededor de un mes y

medio más tarde pegué un bote en el sofá y contesté con la mejor de

las sonrisas. Quería demostrarle que era un buen compañero de charla

y darle motivos para que nuestro particular juego continuara, al menos,

mientras durara mi aislamiento particular.

Pero no era ella. Era Humbert. Escuchar la voz del calvo agorero,

me pegó tal bajón que estuve unos segundos eternos sin decir nada.

Pero lo que vino después fue peor. Me explicó que Ariadna no se encontraba

bien. Y especificó que lo había pillado. Estaba en un hospital

en Roma y el pronóstico no era bueno.

Me quedé destrozado. Si alguien tenía que sucumbir a cualquier

tipo de mal ese era yo. Ni se me había pasado por la cabeza que Ariadna

pudiera sufrir el más mínimo percance. Ariadna no podía morir, ella

sería siempre joven, al contrario que yo. Siempre bailaría, siempre trotaría

por medio mundo metiéndose en todo tipo de fregados de los que

salía airosa. No, ella no era una víctima.

Humbert continuó: en la habitación del hospital (improvisada, en

realidad un antiguo almacén de productos de limpieza) Ariadna había

dicho mi nombre. Me quería ver, ni que fuera una última vez. Vislum­

Excodra XLIII 46 El miedo

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!