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pero recuerdo la fantasía de saltar los muros de las casas aledañas y
entrar por el patio al edificio abandonado, gritar nombres femeninos
pensando en la invocación del fantasma de aquella niña, pero no atrevernos
nunca a entrar en el recinto:
nos quedábamos en el patio, como si la intemperie pudiera protegernos
de los recuerdos ajenos)
luego en aquella caminata yo pensaba, junto al médico, porque uno
no puede deambular solo en los hospitales si no es un médico o un espectro,
si es posible contar una historia sin recurrir a lo que sucede en
el pasado
si todo relato es el cuento de un pasado que desesperadamente necesita
de otro pasado, como si la historia fuera la búsqueda de ese otro
tiempo anterior que da forma a nuestro pasado
Pero el miedo a la sangre fulmina, continuaba el psiquiatra, es decir,
¿has visto cómo reacciona alguien que teme a la sangre?, se desmayan,
pierden el sentido, ante una herida en su propio cuerpo o en el cuerpo
de alguien más se les llena de bruma el ser
¿hay una emergencia mayor que una herida?
caen desvalidos, se desmoronan y quedan a merced del depredador,
si es el caso, o abandonan la posibilidad de ayudar al otro, si es el caso,
¿qué mierda de mecanismo de defensa es ése?, me preguntaba el médico,
como si me tuviera confianza, como si me estuviera domando para
entrar confiado y sin resguardos al experimento;
porque aquello era un experimento
y yo era el animal
la materia con la que el científico trabaja
yo era el miedo
o una de las tantas formas posibles del miedo
por alguna razón que no entendí iba descalzo:
caminaba por el hospital la enorme distancia que conducía desde la
sala de juntas, el consultorio y la habitación donde dejé mi ropa, hasta
el habitáculo de las resonancias magnéticas, sin zapatos ni pantuflas ni
sandalias
El miedo 15 Excodra XLIII