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umbilical. Esos canales le unían con la naturaleza y una vez recibida la
señal que anunciase el fin de su misión se desintegrarían y fundirían
con la tierra sin dejar rastro.
El planeta donde pretendían desembarcar a los niños se encontraba
a millones de años luz de la Tierra, de tamaño aproximadamente tres
veces más grande, y con mucha más extensión de tierra y menos de
agua. La atmósfera era en su mayor parte de oxígeno, pero de mucha
más pureza que el terrícola. Los paisajes naturales, de insultante belleza:
ríos púrpura y valles de texturas metálicas, montañas de minerales
exóticos y nuevos, razas de animales desconocidas, espesura de plantas
y flores, luz y color; todo un paraíso de fragancias y delicadezas tornasoladas.
Era un planeta con movimiento de traslación alrededor de su
sol pero sin movimiento de rotación sobre su eje, por lo que no existían
las noches ni los días. Una franja meridional del planeta se encontraba
en la linde de las dos mitades, donde los niños debían vivir, en las otras
dos partes reinaban la oscuridad y la luz, noche y día perpetuos separados
por un anillo de penumbra. Parajes vírgenes y fecundos, ricos y dadivosos,
el lugar que toda la humanidad soñaba.
En la cabina de control de la nave las entidades dialogaban ultimando
la descarga de sus huéspedes y su inminente viaje de regreso…
–Aquí es, perfecto, tal y como calculamos, en el tiempo estimado.
–Esta es la zona indicada, está el manantial bastante cerca, los campos
de cultivo, las cuevas, el emisario.
–Tienen todo cuanto necesitan.
–Aquí echarán de menos la lluvia, porque no hay nubes.
–Sí, pero detestarán las tormentas de partículas que se forman, porque
el viento es muy potente e inestable aquí.
–Es lo más parecido que hemos encontrado.
–Vamos, acabemos con esto.
–A mi señal desconecta todos los sistemas de seguridad y abre las
compuertas exteriores.
–De acuerdo.
Estos chicos tenían por delante una de las mayores aventuras que se
puede vivir: descubrir un nuevo mundo, descubrirse a sí mismos y ser
Excodra XLIII 56 El miedo