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Excodra XLIII: El miedo

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talizaba a las personas, animales, cosas, distribuyéndolas nuevamente

en las que me eran útiles y serviles, y las que me eran inútiles u hostiles.

Se acumula, se manipula, se desprecia o elimina. El yo excluyente

del otro se amuralla, se aísla, se envilece. Lo hace primero de piel para

adentro, después de puertas para adentro, y finalmente de territorio, al

que llama país, para adentro. En su auto­impuesto encierro, el individuo

desarrolla múltiples miedos, la mayoría ilusorios, o exacerbados

por su estúpida visión de la realidad, el mundo, la existencia. La ignorancia

le genera “enemigos” imaginarios, lo que le lleva a desarrollar

suspicacias, prejuicios, rechazo y odios, que se convertirán en conflictos,

disputas, violencias. Un sujeto así es muy fácilmente manipulable

por una entidad poderosa, séase una institución como el colegio, en su

infancia, la Universidad en la adolescencia, la empresa o el gobierno en

su adultez, la religión o la figura paterna durante toda su vida. A su

vez, el miedo que le inducirá la institución de turno le hará renunciar a

una sexualidad sana y no moralizada, a una creatividad libre y no “normalizada”,

a unas praxis sociales colaborativas y no “utilitaristas” y egocéntricas.

La identificación de felicidad con acumulación, sobreabundancia

lleva a patologías que van de la avaricia y envidia a la más cetrina

apatía. El miedo le inducirá no a prevenir riesgos y superarlos, creciendo

y madurando como ser vigoroso, hacia una plenitud del ser, del

ser en sociedad de iguales, sino a obrar como un soldado obediente, temeroso,

dependiente siempre de las instrucciones de un superior y el

reconocimiento de su regimiento, así como a atesorar bienes por encima

de sus necesidades. El miedo que es pared y techo de su ego, abrirá

paso a obsesiones y neurosis. Esa energía dañina y debilitadora será canalizada

por el Poder Social, Cultural, para que se mantenga en las servidumbres

voluntarias, sin rechistar, y agradeciendo a la mano del carcelero,

que le da de comer o del banquero que le cuida sus ganancias

sobre ganancias. La identidad versus las identificaciones. La identidad

de un ego que se auto­percibe como desconectado del mundo, de los

semejantes, que no son sino rivales o instrumentos, es fruto de una inteligencia

fracasada.

El miedo 21 Excodra XLIII

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