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Rebeca y Abraham estaban siendo deslumbrados por los eslabones,
sus sistemas nerviosos ya recibían órdenes precisas, la astronave se
adentraba en la atmósfera del planeta elegido, unas sacudidas lo anunciaban,
a estas alturas, en el lugar exacto donde se debía ubicar el planeta
Tierra debía haber una tormenta de piedra y gases, la terrible guerra
atómica había amenazado siempre con destruirlo todo y finalmente
se cumplieron los oscuros designios de las profecías.
A pesar de la corta edad de los niños, tenían que sobrevivir hasta en
las peores condiciones, de cualquier manera, por eso se les potenció
sensaciones como el miedo: la más efectiva arma evolutiva de superación.
A través del miedo aquellos niños serían resilientes y su heurística
garantizaría su supervivencia. Una vez abandonados a su suerte en el
desconocido planeta la figura del emisario cobraba mayor relevancia.
Su función primera y vital era la de abastecer de frutos comestibles a
los pequeños; una protección ante cualquier bestia amenazadora, puesto
que podían trepar por sus ramas hasta alcanzar una altura considerable;
un cobijo, ya que existían partes huecas dentro de la enorme envergadura
donde se podían ocultar para guarecerse del frío u otras calamidades.
Su capacidad para dar frutos era inextinguible y rápida, podía
volverse luminiscente en la oscuridad, serviría de transmisor acústico si
hiciera falta, estaba plagado de sensores informativos: de temperatura,
de movimiento, de sonido, de densidad… etc., todo un prodigio de bioquimirobótica.
Si resultara dañado, él mismo podría repararse a través
de unas articulaciones ocultas mediante las que podía incurrir en movimientos.
El emisario estaba dotado de unas membranas holotemporales,
podía representar figuras físicas y sobre todo, haría la función de comedid
centinela, enviando informes de cada incidencia o hasta pidiendo
ayuda si por cualquier circunstancia los eventos le superaran en magnitud
o importancia.
Los sistemas de aterrizaje de la nave ya se desplegaban para dar por
finalizado el trayecto, comenzaron las maniobras pertinentes para tocar
suelo, mientras, en una de las habitaciones permanecían los niños, sentados
en sillones de seguridad, juntos, amordazados, de repente sus miradas
se cruzaron y como si se hubiesen visto por primera vez, comen
Excodra XLIII 54 El miedo