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Riqui Gell
Estar enfermo es desesperante, más a los que predicamos sobre un
Dios que sana, a los que hablamos de un Jesús que hacía milagros
y de repente nos encontramos con el pensamiento: Si Dios es bueno y
sana, ¿por qué no me sana a mi? Cualquiera desde una lejana posición
fría puede decir: “Uy, que incrédulo, que comentario más impío”. Pero
solo quien ha estado en la cama de un hospital por mucho tiempo
sabe lo difícil que es ese proceso y todas las cosas que nos pueden
llegar a la mente.
No obstante a esto, debemos recordar que no hay nada que nos
suceda que se le salga de las manos a Dios. El destacado autor
cristiano Charles Swindoll dijo: “Todo lo que esté bajo el control de
Dios, nunca estará fuera de control” y estoy muy de acuerdo, aun en
nuestras enfermedades Dios se glorifica. Él le dijo al Apóstol Pablo
que su poder se perfecciona en nuestras debilidades, en un momento
donde se quejaba de un aguijón, que a mi juicio, era la enfermedad
de la vista, ya que si vemos en Galatas 4:12 y 6:11 notaremos que
el apóstol tenia serios problemas en la visión (probablemente eran
secuelas de su conversión, donde perdió totalmente la vista por un
tiempo).
En el caso de Lázaro, cuando enfermó gravemente y luego murió,
Jesús dijo: “Ésta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria
de Dios”, así entendemos que aunque Dios no crea las enfermedades,
pues ellas vienen por el pecado, si las permite en nosotros con un
propósito y más temprano que tarde lo entenderemos.
El Dios de los Procesos │181