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Anuario Espírita 2007 - ¡Bienvenido a Mensaje Fraternal!

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la sala y encomendasen el cajón mortuorio. Para no excitarla, me dejaron<br />

en la misma cuna, pero encomendaron la cajita, toda blanca, bordada con<br />

estrellitas y franjas doradas… Mi madre entonces, cuando ya hacía seis<br />

horas que yo me encontraba en aquel estado insólito, conservándose aún<br />

católica romana, por aquel tiempo, y viendo que se aproximaba la hora del<br />

entierro, se retiró para un aposento solitario de la casa, se encerró en él,<br />

llevándose un cuadro con una estampa representando a María, Madre de<br />

Jesús, y, con una vela encendida, se postró de rodillas allí, solita, e hizo la<br />

siguiente invocación, concentrándose en la oración durante una hora:<br />

–“María Santísima, Santa Madre de Jesús y nuestra Madre, vos,<br />

que también fuisteis madre y pasasteis por las aflicciones de ver padecer<br />

y morir a vuestro Hijo por los pecados de los hombres, oíd la súplica de<br />

mi angustia y atendedla, Señora, por el amor de vuestro Hijo. Si mi hija<br />

estuviese realmente muerta, podréis llevarla de retorno a Dios, porque yo<br />

me resignaré a la inevitable ley de la muerte. Pero, si como creo, ella<br />

estuviese viva, apenas sufriendo un disturbio cuya causa ignoramos, ruego<br />

vuestra intervención junto a Dios Padre para que ella vuelva en sí, a fin<br />

de que no sea sepultada viva. Y como prueba de mi reconocimiento por<br />

esa caridad que me haréis yo os la entregaré para siempre. ¡Renunciaré a<br />

mis derechos sobre ella a partir de este momento! ¡Ella es vuestra! ¡Yo os<br />

la entrego! Y sea cual fuere el destino que le espera, una vez que retorne<br />

a la vida, estaré serena y confiada, porque todo ello será previsto por<br />

vuestra protección”.<br />

Muchas veces, durante mi infancia, mi madre me narraba este<br />

episodio de nuestra vida entre sonrisas de satisfacción, repitiendo cien<br />

veces la oración anterior, inventada por ella en aquel momento,<br />

añadiéndole el Padre Nuestro y el Ave María, e igualmente entre sonrisas,<br />

yo la escuchaba, volviéndose entonces muy eufórica por eso mismo:<br />

–Yo no tengo nada más contigo… Usted pertenece a María, Madre<br />

de Jesús…<br />

Entre tanto, al retirarse del aposento, donde se diera la comunión<br />

con lo Alto, mi madre se acercó a mi insignificante fardo carnal, que<br />

continuaba inmerso en catalepsia, y lo tocó cariñosamente con las manos,<br />

repetidas veces, como si trasmitiese energías nuevas a través de un pase.<br />

Entonces, se hizo oír, un grito estridente, como de susto, de angustia,<br />

acompañado de llanto inconsolable de bebé, sorprendiendo a las personas<br />

presentes. Mi madre, probable vehículo de los favores caritativos de María<br />

de Nazaret, sacándome de la cuna, me tomó en sus brazos y me quitó la<br />

ANUARIO ESPÍRITA 39

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