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De buena pluma.pdf - Biblioteca Mexiquense del Bicentenario

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capital y llegan hasta Europa, pero ni conocen ni saludan al vecino.<br />

Familias de empleados se mezclan con ellos en el paseo, sin que se<br />

entable la más elemental relación. La misma distancia, otro abismo,<br />

separa a la clase media “pobre, pero decente”, <strong>del</strong> indio que circula<br />

por el arroyo y se arrima a la música, pero lejos de los que usan el<br />

traje europeo. Extraños al mundo aquel de castas bien definidas, nosotros<br />

nos manteníamos aparte, nos divertíamos por las iglesias y los<br />

paseos y tomábamos por asalto las alacenas de dulces de los portales.<br />

No acababan nuestros hartazgos de naranjas cristalizadas o rellenas,<br />

limones azucarados, duraznos, tunas y biznagas en dulce y conservas<br />

de membrillo y de manzana, helados de caña, jamoncillos de leche y<br />

confites; grageas de azúcar de color, almendras garapiñadas, todo en<br />

profusión y baratura que provocaba entusiasmo. Mi pobre mamá, tan<br />

frugal en todo, caía en la tentación tratándose de golosinas, de suerte<br />

que en el portal dejábamos los pequeños ahorros y creo que a veces<br />

aun parte <strong>del</strong> diario reservado a los alimentos.<br />

La ausencia de mi padre, el desgarramiento de la despedida, me<br />

hacían pensar en él de una manera que antes no sospechara. Ahora<br />

la reflexión proyectaba su imagen querida, pero como extraña de mi<br />

naturaleza. También él se había llevado los ojos velados de llanto. Y a<br />

menudo lo soñaba, ya triste como partió, ya alborozado por un retorno<br />

repentino. Su rostro se me aparecía aureolado y poderoso, diferente<br />

de todas las demás caras humanas. Su mirada de amor y protección<br />

aquietaba toda angustia. Al despertar de soñarlo me hallaba con la<br />

almohada húmeda de llanto. Al concluir las tareas <strong>del</strong> día y en las<br />

fiestas se acentuaba nuestro desamparo. Para aliviarlo nos íbamos<br />

por los parques y las iglesias caminando con lentitud en la tarde que<br />

no concluía. <strong>De</strong>moraba el retorno ansiado y padecíamos soledad y<br />

melancolía como de huérfanos.<br />

Se me había inscrito en el Instituto. Mis hermanos varones<br />

en traron también a la sección infantil anexa. Las escuelas que dependían<br />

directamente de Villada disfrutaban de buenos locales y personal<br />

apto. El Instituto, en cambio, daba una enseñanza tan deficiente<br />

que me descora zonó en seguida. Cursaba, según creo, el último año<br />

de bu e na plu m a

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