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De buena pluma.pdf - Biblioteca Mexiquense del Bicentenario

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de la primaria su perior. Éramos cuaren ta o cincuenta en una clase de<br />

piso de ladrillo, en su mayor parte ya levantando sobre la tierra floja.<br />

Los bancos sin pintar denunciaban el roce de muchas generaciones<br />

anteriores. El maestro, un semi-indio, desaliñado y malhumoriento,<br />

se ocupaba de hacernos sentir su superioridad. <strong>De</strong>sde las primeras<br />

lecciones me convencí de que la pedagogía vigente corría parejas<br />

con el mobiliario; algunos textos eran de preguntas y respuestas y<br />

no pocos temas se nos tomaban de me moria. Pretendí rebelarme sin<br />

conseguir más que la ojeriza <strong>del</strong> dómine. Humillaba mi patriotismo<br />

haber de reconocer la superioridad de la escuelita pueblerina de Eagle<br />

Pass. ¿Sería posible que una escuela de aldea norteamericana fuera<br />

mejor que la anexa a un Instituto ufano de haber prohijado a Ignacio<br />

Ramírez, a Ignacio Altamirano?<br />

Aproveché, sin embargo, la ocasión de afirmarme en el castellano<br />

escrito. Tanto ejercicio de un idioma extranjero me causaba<br />

entorpecimiento en el propio. Me complacía meterme en México, y<br />

sentir cómo caía la cascarilla <strong>del</strong> barniz extranjero. Otras materias:<br />

Geografía, Historia, Religión creía yo saberlas mejor que el maestro<br />

mechudo; lo acataba en lengua nacional y lo respetaba por temor de<br />

que me declarase suspenso.<br />

La semana transcurría rápida, pero el domingo era nuestro día<br />

pesado. La mañana se dedicaba a la misa, pero la tarde se volvía un<br />

martirio. Salíamos en grupo, la abuela, mi madre, los chicos; nos<br />

sentábamos por las bancas de la alameda húmeda, o caminábamos<br />

por la calzada casi lúgubre que a imitación de reforma, en México, se<br />

empezaba a ornamentar. Llegábamos hasta las ruinas de un templo<br />

que se quedó sin concluir; comprábamos los dulces de calabaza o de<br />

biznaga <strong>del</strong> dulcero ambulante y padecíamos la lentitud <strong>del</strong> atardecer<br />

vacío. Población inhospitalaria, ni aldea ni metrópoli, pero con los<br />

defectos de ambas. ¡Cómo echábamos de menos la despreocupada<br />

alegría de nuestro pueblo fronterizo donde rico y pobre se trataban de<br />

iguales! Por el paseo toluqueño desfilaban indios embrutecidos bajo<br />

el peso de sus cargamentos, que no saludaban por timidez, y propietarios<br />

en coche que no saludaban por arrogancia.<br />

p á gi na s e sco gida s de l e s ta do de méx ico<br />

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