De buena pluma.pdf - Biblioteca Mexiquense del Bicentenario
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Tembleque, para llevar a cabo esa obra de albañilería, que ha procurado<br />
tanta gloria a Dios y salud corporal a mucha gente.<br />
La aflicción que ahora padece fray Francisco es tan nueva y desorientadora,<br />
que se halla como un joven novicio a quien le hu bieran echado<br />
encima la responsabilidad de la Orden entera. ¿Va a ser él capaz de<br />
regir a sus hermanos, más sabios y vir tuosos? Pero todos sus razonamientos<br />
y resistencias quedan pulverizados bajo el peso de su celebridad.<br />
Ni siquiera fray Juan de Romanones, su apoyo indefectible en el<br />
pasado, se conduele ahora de su tribulación; antes bien, con su lógica<br />
más afilada se encarga de escarbarle en carne viva la conciencia, a fin<br />
de darle la perfecta sensibilidad de la voluntad divina.<br />
Ante lo irremediable, sin otros preparativos que tomar el<br />
sombrero y el bordón, sale <strong>del</strong> convento después de haber dicho misa<br />
de despedida, muy de mañana, a Nuestra Señora a cuyos pies soñó<br />
que sus huesos esperaran el día de la resurrección. Absteniéndose<br />
de dar adioses a los de fuera —no sea que los indios se alboroten—,<br />
sale sigilosamente <strong>del</strong> convento.<br />
Parece que las campanas han perdido el habla; no es motivo de<br />
doblar a muerto porque se va a escalar honores, mas tampoco de tañer<br />
a gloria. ¡Cómo pesa a veces el corazón! “¡Hijos míos!” No tardarán<br />
en saber su orfandad.<br />
Pero todo ha de resultar contra sus previsiones. Luego que sale <strong>del</strong><br />
atrio se encuentra con gente esperándolo en la plaza. Súbitamente<br />
la campana mayor prorrumpe en golpes his téricos, como cuando toca<br />
alarma en casos de peligro común. <strong>De</strong> todas las puertas brota hacia la<br />
plaza el hormiguero de españoles, mestizos y naturales. En vez de los<br />
colores festivos <strong>del</strong> día de la solemne bendición, tilmas y hui piles de<br />
luto echan la pesadumbre de su negrura sobre los hombros de indios<br />
e indias. En lugar <strong>del</strong> júbilo reciente, un silencio desesperado, como<br />
sollozo sin eco, que se entierra tras el rostro com pungido de los varones,<br />
y el llanto ensordecido de las mu jeres. El Padre Tembleque se<br />
mueve maquinalmente, empujado por su resolu ción de obediencia;<br />
se abre paso distribuyendo bendicio nes y consuelos que más desconsuelan;<br />
camina con una lentitud de siglos, sin percibir nada fuera de<br />
de bu e na plu m a