De buena pluma.pdf - Biblioteca Mexiquense del Bicentenario
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valle, una mengua de la vida antes de suprimirla <strong>del</strong> todo a la altura<br />
de las arenas volcánicas.<br />
Y, sin embargo, la vida devota de Toluca era intensa.<br />
Iglesias en barroco <strong>del</strong> dieciocho y fines <strong>del</strong> diecinueve, multiplican<br />
el lujo interior de oros auténticos sobre los capiteles y los frisos.<br />
Naves espaciosas y sólidas cobijan altares y capillas neoclásicas, ricas<br />
de mármoles, imágenes mediocres y can<strong>del</strong>abros de plata y bronce.<br />
Una multitud de lamparillas eléctricas realza los dorados a la hora <strong>del</strong><br />
rosario que ya no rezábamos en casa, sino en la parroquia o donde más<br />
nos agradaba la arquitectura.<br />
A menudo nos <strong>del</strong>eitaba el órgano y una voz que cantaba las letanías,<br />
guiaba las nuestras, sumadas al ora pro nobis. En las vísperas<br />
de los días de guardar después <strong>del</strong> rosario se cantaba el Tantum Ergo,<br />
melodioso y sublime. Doblada la cabeza ante la custodia radiante, fluía<br />
<strong>del</strong> corazón ventura sobrehumana.<br />
Entre el rumor de los largos rezos revivo la imagen de mi tía<br />
Concha, hija menor <strong>del</strong> primer matrimonio de mi abuelo. Estaría en<br />
sus treinta entonces y se adornaba con unos lazos anchos de listón.<br />
Su corta herencia la había puesto a rédito y pasaba con nosotros una<br />
temporada. Era bajita, de cara muy ancha y de un blanco mate lleno<br />
de arrugas prematuras. Unos ojos claros inexpresivos ayudaban a<br />
darle aspecto de máscara, pero de movimiento, porque la acometía un<br />
leve temblor de cuello cada vez que se quedaba inmóvil. La queríamos<br />
por <strong>buena</strong>, pero era tan lela que la hubiéramos cansado a burlas si no<br />
fuese porque había en la casa un jefe amado y temido: mi madre, que<br />
no entendía de bromas y aplicaba un azote cada vez que era menester.<br />
Al concluir la misa de los domingos, la tía se iba a la alameda con los<br />
pequeños, y mi madre y yo nos quedábamos a cumplir alguna manda<br />
que nunca faltaba. Por ejemplo, para que mi padre regresase antes<br />
de Navidad, y siempre con la advertencia de “Dios disponga lo que<br />
más nos convenga. Señor, apiádate de nuestro dolor y concédenos tu<br />
misericordia”… “No pidas lo que quieres”, aleccionaba mi madre,<br />
“pide lo que convenga a tu alma. El señor sabe mejor que tú lo que<br />
te conviene”.<br />
p á gi na s e sco gida s de l e s ta do de méx ico<br />
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