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Elementos Nº 39 DEMOCRACIA I - El Manifiesto

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En cambio, Schumpeter ofreció dos<br />

argumentos de extraordinaria utilidad a sus<br />

colegas estadounidenses: la justificación<br />

para la presencia, aunque atenuada, apática,<br />

de la participación ciudadana –y con muy<br />

poca capacidad de influir en las políticas–, y<br />

la necesidad de una ideología de las elites<br />

políticas responsables del funcionamiento<br />

del entramado democrático.<br />

<strong>El</strong> voto universal y el problema de la<br />

inclusión<br />

Ya visto este asunto, es perfectamente<br />

justificable un modelo de democracia como<br />

método que incluya y universalice el<br />

derecho al sufragio sin alterar la pasividad<br />

de la ciudadanía. Ésta vota por emoción y<br />

sus preferencias son configuradas por la<br />

propaganda política moderna (la<br />

"psicotécnica", dice Schunmpeter). Pero no<br />

totalmente. Este espacio de incertidumbre<br />

otorga a los ciudadanos la capacidad de<br />

aprender, aunque su conducta electoral siga<br />

siendo irracional. Lo que sucede es que<br />

Schumpeter omitió el componente de la<br />

sociedad civil, tal como la entendemos los<br />

contemporáneos, como el espacio de la vida<br />

y las interacciones no dominadas. Esto<br />

suena por supuesto a lo que dice –en su<br />

manera monumental aunque rebuscada– el<br />

filósofo alemán Jünger Habermas. En<br />

realidad, esta simple afirmación –que cabe<br />

perfectamente en la teoría de la democracia<br />

como método–, de que este tipo de régimen<br />

es el que mejor, permite el desarrollo de las<br />

libertades civiles.<br />

Para Schumpeter, es causa de extrañeza<br />

que los ideales democráticos se usen<br />

repetidamente para ocultar las realidades de<br />

las falacias democráticas. Con frecuencia, en<br />

los imaginarios sociales de la libertad,<br />

igualdad y fraternidad universal –como los<br />

llama el filosofo Charles Taylor (2001)–, la<br />

democracia ideal se adelanta a la real y le da<br />

normas éticas (por ejemplo, normas de<br />

justicia y equidad social). Este fenómeno de<br />

legitimación es sorprendente y necesario<br />

para mantener la vitalidad de la democracia.<br />

A pesar de que el Pueblo no gobierna,<br />

seguimos hablando de la Soberanía Popular,<br />

del Bien Común y la Voluntad General. La<br />

persistencia de estos símbolos debe buscarse<br />

en diversas trayectorias políticas y culturales<br />

60<br />

de las comunidades políticas democráticas.<br />

Schumpeter insiste una y otra vez en que los<br />

objetivos que engloban las ideas del Bien<br />

Común, o son fabricados por los caudillos y<br />

sus maquinarias políticas, o bien son<br />

legados de la tradición o sustitutos de la fe<br />

religiosa, donde la democracia es parte del<br />

"plan del Creador". A diferencia de la<br />

Razón, la fe religiosa no requiere evidencias,<br />

sino sólo una fuerte convicción. Pero la fe en<br />

la virtud de la democracia no se sostiene por<br />

sí misma.<br />

Un segundo elemento es mucho más<br />

concreto. La experiencia histórica y cultural<br />

de la comunidad con el orden político<br />

democrático es un factor de memorias<br />

colectivas. La democracia se valora porque es<br />

en ella donde esta comunidad ha<br />

encontrado los medios para trascender sus<br />

dilemas como grupo. Un ejemplo es el de la<br />

democracia en Estados Unidos como un<br />

Mito fundado en experiencias que se<br />

refieren a su historia política y a su<br />

capacidad para resolver sus problemas y<br />

retos como sociedad en lo interno e<br />

imponerse a escala mundial. La democracia,<br />

en suma, está legitimada por pruebas<br />

concretas. O éxitos históricos del liderazgo<br />

elegido democráticamente. Así que a pesar<br />

de la "psicotécnicas", la propaganda y el arte<br />

de la herestesis, sigue rigiendo el rezo de que<br />

"por sus frutos los conoceréis" (Mateo 7:20).<br />

Una tercera clase de explicaciones<br />

deriva de las anteriores y la llamaré la prueba<br />

de la concordancia. Si la realidad se asemeja al<br />

ideal, entonces tenderemos a aceptar la<br />

realidad más fácilmente. Cuando entre la<br />

realidad y la imaginación existe una ruptura<br />

que tratamos de ocultar, sucede lo que los<br />

psicólogos llaman una disonancia cognitiva.<br />

Es decir, la democracia real debe parecerse a<br />

la ideal en algunos puntos. No se puede<br />

llamar libres a los esclavos. Más bien, como<br />

debieron reconocer los estadounidenses en<br />

los últimos 150 años, no puede haber<br />

esclavos en una sociedad que se dice libre. Y<br />

la democracia real tiene que reconciliarse<br />

con los valores que proclama. En cuarto<br />

lugar, hay que dejar las palabras textuales<br />

del mismo Schumpeter: "aprecian los<br />

políticos, por supuesto, una fraseología que<br />

les permite adular a las masas y les ofrece<br />

una excelente oportunidad no sólo para

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