Elementos Nº 39 DEMOCRACIA I - El Manifiesto
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poder común que ella puede entrañar. Entre<br />
el retorno tiránico de la libertad de los<br />
Antiguos y la impotencia anárquica de las<br />
libertades privadas, la vía es estrecha. La<br />
historia, en fin de cuentas, la orientación<br />
histórica, hace de la autonomía algo más que<br />
la capacidad de darse su propia ley. <strong>El</strong>la la<br />
eleva al rango de constitución concreta de sí<br />
misma. Hace falta todavía gobernar esta<br />
producción de sí mismo, que puede<br />
desembocar en el más enloquecedor de los<br />
desposeimientos. Hacerse a sí mismo<br />
ignorando lo que se hace, ¿no supone esto<br />
acaso el súmmum de la alienación, del<br />
hacerse extraño a sí mismo? Ahora bien, este<br />
es el peligro que corre una humanidad<br />
lanzada a la conquista del futuro: corre el<br />
riesgo de perderse.<br />
En la práctica, los problemas actuales de<br />
la democracia de los modernos se reducen<br />
principalmente al ajustamiento, a la<br />
articulación o a la combinación de estas tres<br />
dinámicas de la autonomía: política, jurídica<br />
e histórica. Una tarea erizada de<br />
dificultades, pues estas tres dimensiones<br />
definen cada una de ellas una visión<br />
autosuficiente de la condición colectiva y<br />
tienden a funcionar por su propia cuenta,<br />
excluyendo a las otras. Esta es la razón por<br />
la que al principio de estas líneas evocaba el<br />
renacimiento del problema del régimen<br />
mixto. Dicho problema se plantea en<br />
términos que no tienen nada que ver con los<br />
de la mezcolanza y equilibrio entre la<br />
monarquía, la aristocracia y la democracia,<br />
problema, como se sabe, liquidado en la<br />
edad moderna debido a la irrupción del<br />
régimen contractualista y la composición del<br />
cuerpo político a partir del derecho de los<br />
individuos. <strong>El</strong>lo no impide que la<br />
democracia moderna sea un régimen mixto,<br />
cuya vida gira en torno a la conjugación más<br />
que problematica de sus componentes. Nada<br />
hay más laborioso que mantener unidos y<br />
procurar que marchen de concierto estos<br />
tres ingredientes: los imperativos de la<br />
forma política, las exigencias del individuo<br />
de derecho y las necesidades de la autoproducción<br />
futurista. La discordia es más<br />
común que la armonía. He aquí el dilema y<br />
el foco de tensión permanente de nuestros<br />
regímenes.<br />
<strong>El</strong> hecho liberal<br />
66<br />
Entre estos tres vectores de la<br />
autonomía, el más espectacular en base a su<br />
poder de arrastre es el tercero y último en<br />
acontecer: la orientación histórica. A él se<br />
deben los cambios más rápidos e<br />
inmediatamente sensibles, puesto que su<br />
naturaleza no es otra que la valoración del<br />
cambio. La orientación histórica se instala<br />
entre 1750 y 1850, desde la apertura de la<br />
perspectiva del progreso hasta la toma del<br />
poder por las consecuencias que se derivan<br />
de la revolución industrial. En función de<br />
dicha orientación se establece la dimensión<br />
de nuestros regímenes que nos es más<br />
familiar, su dimensión liberal.<br />
Es posible, ciertamente, concebir la<br />
democracia sobre la única base del derecho.<br />
Los principios del derecho de los modernos,<br />
tal como quedan circunscritos desde su<br />
origen, bastan para dar una definición<br />
completa de la misma. La fuerza de las<br />
revoluciones del derecho natural a finales<br />
del siglo XVIII, en Estados Unidos y Francia,<br />
dan pie a ello, unas revoluciones con las que<br />
nuestros regímenes mantienen un vínculo<br />
genealógico directo. No obstante, esta<br />
perspectiva resulta en parte engañosa, en la<br />
medida en que enmascara el trabajo de<br />
reinterpretación del derecho natural a la luz<br />
de la historia que ha presidido la formación<br />
de los regímenes representativos tal como<br />
los conocemos. La orientación histórica es la<br />
que ha conferido su sello específico a la<br />
organización política liberal que<br />
practicamos.<br />
<strong>El</strong> balanceo hacia el futuro entraña, en<br />
efecto, una reorganización completa de la<br />
ordenación de las sociedades. Dicha<br />
reorganización trae consigo, en primer<br />
lugar, un descubrimiento de la sociedad en<br />
tanto que asiento de la dinámica colectiva y<br />
fuente del cambio; en segundo lugar,<br />
legitima tal cosa llevando a cabo la<br />
emancipación de la sociedad civil respecto al<br />
Estado; y en tercer lugar conduce a la locura<br />
una inversión de signo en las relaciones<br />
entre el poder y la sociedad. <strong>El</strong> punto de<br />
vista de la auto-constitución de la<br />
humanidad en el tiempo se revela portador<br />
de una política de la libertad. <strong>El</strong> primer<br />
artículo de esta política es que hay que dejar<br />
libre a la sociedad en tanto en cuanto ella<br />
constituye el verdadero motor de la historia.