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Elementos Nº 39 DEMOCRACIA I - El Manifiesto

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que acaso exhiben en su actividad. La<br />

“barbarie del especialismo” es la causa más<br />

inmediata de la desmoralización que padece<br />

Europa.<br />

Todo el ensayo, la obra de Ortega toda,<br />

presupone y se fundamenta en la<br />

objetividad de los valores. Este aspecto no<br />

ha sido, a mi juicio, suficientemente<br />

atendido por algunas interpretaciones de su<br />

ética. Entiende, empleando la distinción de<br />

Zubiri, la moral como estructura esencial de<br />

la vidad humana, pero también como<br />

contenido. <strong>El</strong> aspecto jovial de la ética<br />

orteguiana no excluye el dramatismo ni la<br />

existencia de principios y valores objetivos.<br />

Su ética entraña una refutación y una<br />

superación del relativismo moral. La<br />

autenticidad y la fidelidad a la vocación no<br />

son el único ni el principal criterio moral, ya<br />

que existen formas más o menos valiosas de<br />

la vida. La distinción entre vida noble y<br />

vulgar entraña la afirmación de la<br />

objetividad de los valores.<br />

Fuera del ámbito de la política, el<br />

igualitarismo democrático degenera en<br />

plebeyismo. Ése, y no un falso rechazo de la<br />

democracia política, es el sentido de su<br />

ensayo “Democracia morbosa”. Ese<br />

igualitarismo falaz es especialmente<br />

perverso en la vida intelectual y en el orden<br />

moral. Por otra parte, el noble no es el<br />

petulante que se cree superior sino quien se<br />

selecciona a sí mismo al exigir más que a los<br />

demás.<br />

“Cuando se habla de “minorías<br />

selectas”, la habitual bellaquería suele<br />

tergiversar el sentido de esta expresión,<br />

fingiendo ignorar que el hombre selecto no<br />

es el petulante que se cree superior a los<br />

demás, sino el que se exige más que a los<br />

demás, aunque no logre cumplir en su<br />

persona esas exigencias superiores. Y es<br />

indudable que la división más radical que<br />

cabe hacer en la humanidad es esta en dos<br />

clases de criaturas: las que se exigen mucho<br />

y acumulan sobre sí mismas dificultades y<br />

deberes, y las que no se exigen nada<br />

especial, sino que para ellas vivir es ser en<br />

cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de<br />

perfección sobre sí mismas, boyas que van a<br />

la deriva”.<br />

85<br />

La masa “necesita referir su vida a la<br />

instancia superior, constituida por las<br />

minorías excelentes”.<br />

La rebelión de las masas es consecuencia<br />

de la homogeneidad de situaciones que se<br />

ha impuesto en el mundo y, a la vez,<br />

contribuye a consolidarla. Es la masificación,<br />

el peligro de la termitera del que advirtió<br />

Tocqueville y que constituye la mayor<br />

amenaza para la libertad y la civilización<br />

surgida en el seno de la sociedad igualitaria.<br />

Frente a él, no cabe otro remedio que la<br />

reivindicación del personalismo.<br />

7. Sexta variación: la aristocracia del<br />

espíritu no rechaza ni impide la democracia<br />

política<br />

Cabe plantear ahora si la aristocracia del<br />

espíritu entrañará el rechazo de la igualdad<br />

política, de la democracia. No hay cultura<br />

sin jerarquía. <strong>El</strong> igualitarismo intelectual y<br />

moral, la igualación de todas las personas y<br />

de todas las obras, sólo puede conducir a la<br />

degradación y a la muerte de la vida<br />

espiritual. Pero eso no significa que en el<br />

ámbito de la política, la democracia deba<br />

dejar su lugar a la aristocracia o a un<br />

despotismo paternalista e ilustrado. La<br />

razón, si no me equivoco, se encuentra en el<br />

hecho de que la democracia (liberal y<br />

representativa) se fundamenta en la libertad<br />

de las personas y no persigue la adopción de<br />

las decisiones más nobles o elevadas. La<br />

democracia hace a los hombres<br />

políticamente más libres, pero no más<br />

sabios.<br />

Siempre habrá tensiones entre la<br />

democracia política y la aristocracia<br />

espiritual. Y siempre habrá dificultades para<br />

determinar los límites de ese ámbito propio<br />

de la política que, cuando es traspasado,<br />

hace que la democracia degenere en<br />

plebeyismo. Y a estas tensiones no es posible<br />

darles un tratamiento definitivo. Pero no se<br />

debe olvidar que la sociedad, la cultura y la<br />

vida del espíritu son esencialmente<br />

aristocráticas y que la democracia es un<br />

forma de organización política que aspira a<br />

garantizar a los ciudadanos su libertad y el<br />

ejercicio de sus derechos, y a limitar el poder<br />

del Estado. La democracia en la vida del<br />

espíritu es una enfermedad moral.

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