Elementos Nº 39 DEMOCRACIA I - El Manifiesto
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como una extensión necesaria de la<br />
disposición de sí, a no ser bajo el ángulo de<br />
la protección que es capaz de garantizarle<br />
(de ahí que la ampliación de la demanda<br />
dirigida al Estado social pueda ir<br />
acompañada de la reducción de las<br />
prerrogativas políticas reconocidas a los<br />
gobiernos). Por lo demás, la ambición de<br />
dominar y conducir al conjunto tiende a ser<br />
rechazada por su índole exterior y<br />
autoritaria. <strong>El</strong> mandato general de la ley<br />
misma acaba siendo la figura enemiga de la<br />
irreductibilidad de los derechos. Todo<br />
sucede como si fuese necesario el menor<br />
poder social posible a fin de obtener el<br />
máximo de libertad individual.<br />
La inflexión no es ningún lugar tan<br />
sensible como en Francia, puesto que la<br />
República se enraíza en torno a un ideal<br />
particularmente exigente con relación a la<br />
soberanía colectiva. Él es fruto, por una<br />
parte, de la herencia de una gran tradición<br />
de autoridad estatal y, por otra, de la<br />
confrontación con la Iglesia católica, que le<br />
ha llevado a desarrollar una visión<br />
maximalista de la autonomía democrática,<br />
frente al renuevo teocrático. De él se deriva<br />
una separación jerárquica particularmente<br />
pronunciada entre la esfera de la ciudadanía<br />
pública y la esfera de la independencia<br />
privada. De este modo, el balanceo que nos<br />
ha hecho pasar de una democracia de lo<br />
público a una democracia de lo privado se<br />
ha hecho sentir de manera más aguda que<br />
en otras partes. La inversión de la prioridad<br />
que sitúa la esfera pública en dependencia<br />
de la esfera privada, retirándole su<br />
preeminencia de principio, es vivida como<br />
desestabilizadora con relación a una<br />
representación de la política poderosamente<br />
arraigada.<br />
<strong>El</strong> nuevo ideal operativo de la<br />
democracia, que no necesita ser explicitado<br />
para funcionar, se resume en la coexistencia<br />
procedimental de los derechos. ¿Cómo<br />
asegurar la co-posibilidad reglada de las<br />
independencias privadas, de tal modo que<br />
sean capaces de contar igualmente en el<br />
mecanismo de la decisión pública? He aquí<br />
la cuestión. Ahora bien, más derechos para<br />
cada uno, en un contexto semejante,<br />
significa menos poder para todos. Y si sólo<br />
se quiere, rigurosamente, la plenitud de los<br />
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derechos de cada uno, ya no existe al punto<br />
ningún poder de todos. La posibilidad<br />
misma de semejante cosa, con lo que ella<br />
implica de consideración del todo por uno<br />
mismo, socava toda construcción. La<br />
comunidad política deja de gobernarse. Se<br />
convierte, en sentido estricto, en una<br />
sociedad política de mercado. Entendemos<br />
por tal, no una sociedad en la que los<br />
mercados económicos dominan las opciones<br />
políticas, sino una sociedad cuyo<br />
funcionamiento político mismo adopta de la<br />
economía el modelo general del mercado, de<br />
tal manera que su forma de conjunto se<br />
presenta como la resultante de iniciativas y<br />
de reivindicaciones de diferentes actores, al<br />
término de un proceso de agregación autoregulada.<br />
De ello se sigue un metamorfosis<br />
de la función de los gobiernos. <strong>El</strong>los sólo<br />
están ahí para velar por la preservación de<br />
las reglas del juego y para asegurar la buena<br />
marcha del proceso. Les compete operar los<br />
arbitrajes y facilitar los compromisos<br />
exigidos por la dinámica del pluralismo de<br />
intereses, convicciones e identidades. Este<br />
desplazamiento con relación a la idea clásica<br />
de gobierno es el que se aprecia en el<br />
término “gobernación”, muy en boga. Tras<br />
la modestia de la que hace gala, se esconde<br />
una gran ambición, la de una política sin<br />
poder, nada menos. Una ambición por la<br />
que se dice adiós de manera no menos<br />
considerable, pero no asumida del todo, a lo<br />
que el poder permite, a saber, la hechura en<br />
el tiempo de la comunidad humana<br />
mediante la reflexión y la voluntad.<br />
En realidad, como el poder no<br />
desaparece a voluntad, como existe siempre<br />
un gobierno -pese a estar limitado y acotado<br />
en su poder directriz-, y como por otra parte<br />
los individuos y los grupos de la sociedad<br />
civil no se tienen en cuenta más que a sí<br />
mismos y a sus preocupaciones propias,<br />
abandonando el punto de vista del conjunto,<br />
reducido a una coordinación funcional, al<br />
personal de la casta política, de ello resulta<br />
una oligarquización creciente de nuestros<br />
regímenes. A primera vista, el creciente<br />
proceso de oligarquización resulta<br />
paradójico puesto que se desarrolla en<br />
medio de una efervescencia de protestas<br />
alimentada por la inagotable defensa e<br />
ilustración de causas particulares. <strong>El</strong>