Elementos Nº 39 DEMOCRACIA I - El Manifiesto
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la puesta en entredicho de las situaciones<br />
fácticas. ¿Dónde comienza o se pone término<br />
a la crisis fruto de la oposición de opiniones,<br />
del antagonismo de los intereses, de la<br />
inestabilidad de los poderes electos, de la<br />
protesta de los representados o de la<br />
reivindicación de independencia de los<br />
individuos con relación al orden colectivo,<br />
cosas todas ellas inherentes al<br />
funcionamiento de un sistema de libertad?<br />
No hay que ser muy hábil para acabar<br />
argumentando que la noción puede darse<br />
por desterrada, puesto que la pretendida<br />
crisis es, de hecho, el estado habitual de la<br />
democracia.<br />
Estos obstáculos, ciertamente muy<br />
reales, no deben constituir sino una<br />
invitación suplementaria al rigor.<br />
Necesitamos un concepto para aprehender<br />
los desequilibrios que pueden afectar al<br />
funcionamiento, esto es, a la existencia de<br />
esas organizaciones por esencia inestables<br />
que son las reuniones humanas: su<br />
propiedad ontológica no es otra que ser<br />
estructuras según la multiplicidad y la<br />
contradicción. No encontramos un término<br />
alternativo a este de crisis que pueda<br />
desempeñar dicha función. Supuesto esto,<br />
no se trata sino de justificar su uso en cada<br />
caso, en función de la gravedad de la<br />
perturbación existente de facto y del carácter<br />
intrínseco de los factores operativos. Se<br />
puede hablar de una “crisis de la<br />
democracia”, por tomar nuestro problema<br />
como ejemplo, cuando una fracción<br />
importante de los ciudadanos llega a<br />
rechazar el principio de sus instituciones y<br />
apoya a partidos combativos que<br />
ambicionan establecer un régimen<br />
alternativo, como sucedió en la época de los<br />
totalitarismos. <strong>El</strong> problema no radicaría en<br />
la intelección de un supuesto estado<br />
“normal” de la democracia a fin de<br />
acomodarse al mismo. Se trataría, por<br />
contra, de desentrañar las frustraciones y<br />
demoras suscitadas por el desenvolvimiento<br />
del universo democrático, y que<br />
cristalizaron, en un momento dado, en esos<br />
proyectos de ruptura.<br />
Es posible que alguien me conteste: tal<br />
vez sea así, pero ¿cómo hablar entonces de<br />
“crisis” hoy en día, cuando semejantes<br />
fuerzas adversas ya no existen, cuando la<br />
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democracia ya no tiene enemigos dentro de<br />
sí, o incluso cuando la adhesión a su<br />
principio es la nota distintiva del espíritu de<br />
nuestro tiempo? Este es el momento<br />
propicio para refinar nuestro concepto de<br />
“crisis”, que no se confunde ni con la<br />
presencia paralizante de oposiciones<br />
abiertas, ni con la existencia de simples<br />
disfunciones. <strong>El</strong> hecho de que la democracia<br />
ya no tenga enemigos declarados no impide<br />
que sea vea agitada por una adversidad<br />
íntima, ignorada como tal, pero no menos<br />
temible en sus efectos. <strong>El</strong> hecho de que ya<br />
nadie se proponga derribar la democracia no<br />
empece para que se vea amenazada<br />
insidiosamente con la pérdida de su<br />
efectividad. Más aún: si su existencia queda<br />
fuera del alcance de la crítica, la forma en<br />
que sus actores la comprenden tiende a<br />
disolver las bases sobre las que reposa su<br />
funcionamiento. Aunque parezca imposible,<br />
crisis, haberla la hay, en el rigor del término,<br />
en el sentido de una puesta en cuestión de la<br />
realidad de la democracia desde dentro, a<br />
partir de los datos mismos que presiden su<br />
marcha. Lo que sucede es que la naturaleza<br />
del proceso es completamente más sutil que<br />
los asaltos del pasado, de igual modo que<br />
sus resortes son más difíciles de identificar.<br />
¿Por qué, a fecha de hoy, hablamos de<br />
manera más precisa de “crisis de creencia”,<br />
expresión analógica, convengo en ello, cuyas<br />
connotaciones pueden dar pie a que parezca<br />
que se flirtea peligrosamente con una vieja<br />
teoría del “organismo social” que ya no es<br />
de recibo? Aun a riesgo de tal -un riesgo por<br />
otra parte fácil de descartar-, me parece que<br />
la imagen tiene la virtud de captar la<br />
atención sobre el tipo de historicidad en el<br />
que nos encontramos. No se trata en este<br />
caso de vicisitudes de la democracia a través<br />
del tiempo, de su historia externa; se trata de<br />
su historia interna, de la afirmación<br />
progresiva de su principio, del despliegue<br />
de su fórmula, de su desenvolvimiento en<br />
una palabra. Desenvolvimiento que no tiene<br />
nada que ver con el crecimiento de un<br />
organismo, así entendido, sino que procede<br />
de un proceso endógeno de expansión y de<br />
explicación cuya dinámica es imprescindible<br />
que captemos. En ausencia de una palabra<br />
propia en el registro social, el término<br />
“crecimiento” me parece que aporta una