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JUAN ARANZADI - Prisa Revistas

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tar la presencia externa en las comisiones<br />

de selección en el fondo sólo son una vía<br />

para reforzar la autorregulación de los<br />

cuerpos funcionariales, debilitando la autonomía<br />

de los departamentos. Sin entrar<br />

con más profundidad en este tema, cabe<br />

señalar que posiblemente ninguna de ambas<br />

fórmulas asegura que los méritos docentes<br />

e investigadores de los candidatos<br />

sean realmente tenidos en cuenta con<br />

cierta objetividad, ya que tienden a promover<br />

variedades distintas de patronazgo<br />

dentro de un modelo general basado en la<br />

ausencia de políticas ordenadoras de los<br />

recursos humanos en las universidades.<br />

De todos modos, es de justicia señalar<br />

que, si bien el proceso de selección es deficiente<br />

e incluso en ocasiones injusto, esto<br />

no significa necesariamente que la mayoría<br />

de los profesores que superan las<br />

oposiciones no acrediten un currículo que<br />

les haga merecedores de su acceso a la<br />

Universidad. Pero el problema reside en<br />

que el sistema no genera suficientes estímulos<br />

para seleccionar a los mejores profesionales.<br />

El tema de la selección del profesorado<br />

está muy relacionado con los problemas<br />

del diseño institucional para la toma<br />

de decisiones en la Universidad española.<br />

Los procesos que conducen a la distribución<br />

de recursos se encuentran vinculados<br />

a los equilibrios de poder en el conjunto<br />

de la institución; y estos equilibrios están<br />

bastante decantados hacia los núcleos más<br />

influyentes del profesorado permanente<br />

de cada Universidad, no sólo por su prestigio,<br />

sino por su presencia en todos los<br />

órganos de decisión. Así, tanto para establecer<br />

nuevos estudios y convocar nuevas<br />

plazas como para seleccionar a los candidatos<br />

se producen complejos procesos internos<br />

de decisión, mayoritariamente de<br />

carácter informal, donde hay un déficit<br />

de mecanismos institucionales y de controles<br />

efectivos. Además, hay que tener<br />

presente que, hasta el momento, para casi<br />

todas las decisiones de las universidades el<br />

factor de mayor peso, aunque escasamente<br />

visible, ha sido la intención de promover<br />

crecimientos internos de las plantillas<br />

de una u otra especialidad y con uno u<br />

otro perfil y grado académico. Todo ello<br />

genera continuamente luchas internas en<br />

la Universidad entre el profesorado de<br />

distintas especialidades para acceder a algunos<br />

recursos adicionales que permitan<br />

el crecimiento de su área de conocimiento.<br />

No hay unos contrapesos fuertes y<br />

efectivos en los órganos centrales de las<br />

universidades que promuevan una visión<br />

global y equilibrada de las funciones de la<br />

Nº 105 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

Universidad en la sociedad actual. Por<br />

otra parte, tampoco han emergido unas<br />

reglas de “juego limpio” entre el profesorado,<br />

como la extendida costumbre, en el<br />

ámbito germánico y anglosajón, de evitar<br />

que los doctores por una universidad puedan<br />

tener una posición permanente en la<br />

misma sin solución de continuidad, o el<br />

respeto a la autonomía de cada Universidad<br />

para seleccionar a sus profesores.<br />

El problema del profesorado también<br />

está relacionado con los recursos económicos<br />

disponibles por las universidades.<br />

Cabe destacar que, realmente, nadie gestiona<br />

en España las plantillas de profesores<br />

universitarios; ni la Administración ni<br />

en muchos casos las propias universidades.<br />

Incluso podríamos añadir que el ministerio<br />

y la mayor parte de las comunidades<br />

autónomas saben apenas cuántos<br />

profesores hay y, evidentemente, no conocen<br />

la dedicación docente del profesorado<br />

profesional ni el grado de utilización en la<br />

docencia de profesores no doctores, como<br />

los profesores ayudantes, la mayoría de los<br />

profesores asociados y los becarios. Sin<br />

embargo, para una buena gestión del profesorado<br />

–sea ésta centralizada o descentralizada–<br />

es necesario un importante<br />

aumento de los recursos y, por tanto, un aumento<br />

de la financiación de las universidades.<br />

Para todos los niveles, los salarios<br />

de los profesores universitarios son muy<br />

bajos, tanto si los comparamos con los salarios<br />

de los otros ámbitos de gestión de<br />

las administraciones públicas para puestos<br />

de cualificación similar como si los comparamos<br />

con las retribuciones de los profesores<br />

universitarios de los países de<br />

nuestro entorno. Sorprende, por tanto,<br />

que aparte de las lamentables situaciones<br />

de extrema precarización laboral en que<br />

han caído algunas universidades, haya pocas<br />

reivindicaciones laborales. La paradoja<br />

se explica en parte por la ausencia de sindicalización<br />

significativa en estos colectivos,<br />

pero aún más por la existencia de un<br />

cierto consenso para no indagar demasiado<br />

sobre la dedicación efectiva de los profesores<br />

a la Universidad, así como sobre la<br />

obtención de ingresos adicionales al salario<br />

por la realización de otras actividades.<br />

Pero, evidentemente, las oportunidades<br />

que ofrece el mercado para los conocimientos<br />

de los profesores universitarios<br />

son enormemente desiguales, y ello genera<br />

todo tipo de recelos y malestares. Así,<br />

al no existir ningún tipo de políticas de<br />

personal, se genera una situación de dispersión<br />

absoluta. Los salarios no premian<br />

la dedicación intensiva a las tareas más específicas<br />

de la Universidad sino que son<br />

JACINT JORDANA/CARLES RAMIÓ<br />

indiferentes las actividades de los profesores;<br />

por el contrario, podríamos decir que<br />

penalizan a los que le otorgan mayor dedicación<br />

(en la docencia, en la gestión y,<br />

en menor medida, en la investigación), ya<br />

que no obtienen rentas adicionales. Así,<br />

ya desde el inicio de la carrera universitaria,<br />

los extremadamente bajos salarios de<br />

los primeros niveles universitarios fomentan<br />

la búsqueda de ingresos adicionales<br />

para los nuevos profesores, cuyas actividades<br />

externas son generosamente toleradas<br />

–e incluso incentivadas– por las propias<br />

universidades. Todo ello no parece un<br />

modelo muy atractivo para conseguir establecer<br />

organizaciones activas y con capacidad<br />

de impulsar el desarrollo del país<br />

en una sociedad avanzada. Alguien con<br />

sentido común diría que debería hacerse<br />

todo lo contrario: elevar de forma importante<br />

los salarios mediante incentivos<br />

efectivos e introducir al mismo tiempo<br />

mecanismos más estrictos para impedir<br />

que los profesores dedicaran parte de su<br />

jornada laboral a actividades ajenas que<br />

les complementen el salario y, si lo hicieran,<br />

fuera mediante fórmulas de dedicación<br />

parcial a la Universidad, o bien con<br />

actividades organizadas a través de la Universidad<br />

y en las que ésta consiguiera<br />

también beneficios institucionales y económicos.<br />

Sin embargo, mejorar los niveles salariales<br />

sería caro y, dadas las formas de gobierno<br />

y las tradiciones actualmente existentes<br />

en la Universidad actual, es poco<br />

seguro el éxito de los nuevos incentivos y<br />

fórmulas de control que se introdujeran:<br />

se impondrían los nuevos salarios, pero<br />

las posibilidades de que todo siguiera<br />

igual, sin apenas ganancias para la sociedad,<br />

serían muy elevadas. Esta última dificultad<br />

nos lleva a relacionar el problema<br />

del profesorado universitario con el cuarto<br />

de los grandes problemas antes mencionados:<br />

la ausencia de fórmulas de<br />

regulación efectivas por parte del Gobierno<br />

y la Administración sobre las instituciones<br />

universitarias. Actualmente, la autonomía<br />

de las universidades es una autonomía<br />

blanda, no tanto debido a los<br />

controles externos que establece la Administración<br />

–que son bastante formales y<br />

retóricos– sino a la propia incapacidad de<br />

la Universidad para generar y articular<br />

una auténtica acción intencional y orientarse<br />

estratégicamente. Esta “minoría de<br />

edad” de la Universidad española, que parece<br />

perpetua (consagrada por la LRU y la<br />

tradición centralista del país), tiene bastante<br />

que ver con la difuminación de responsabilidades<br />

(y de sus consecuencias)<br />

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