13.05.2013 Views

JUAN ARANZADI - Prisa Revistas

JUAN ARANZADI - Prisa Revistas

JUAN ARANZADI - Prisa Revistas

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

(las mías, las tuyas, las de los lastimados<br />

por los crímenes terribles,<br />

lector) de cara al asesino<br />

aberrante son irrelevantes a la<br />

hora de justificar la pena de<br />

muerte. Podrías declararme que<br />

lo estrangularías con saña, podría<br />

yo reconocer que le quitaría<br />

la vida atroz y lentamente, y más<br />

tarde, voz a voz, sería plausible<br />

entretejer, con esfuerzo sobrehumano,<br />

una sucesión, cercana<br />

a los límites de la infinitud,<br />

con las solicitudes particulares<br />

más salvajes peticionando<br />

el ajusticiamiento de los delincuentes<br />

hasta alcanzar una cantidad<br />

de demandas equivalente<br />

al total del padrón electoral;<br />

ninguna de esas contestaciones<br />

por sí aisladamente ni todas ellas<br />

sumadas agregarían una milésima<br />

de razón a la legitimación<br />

de la condena capital: el verdugo<br />

–al que se ve exteriormente<br />

como un sujeto y es, en realidad,<br />

un cuerpo poseído por el<br />

Estado– no está presente en las<br />

penitenciarías llenando su lúgubre<br />

tarea, como dije más arriba,<br />

ni siquiera como el Otro, sino<br />

como Otra Cosa al momento<br />

de detener los latidos del corazón<br />

en nombre de la ley.<br />

La pregunta está, pues, mal<br />

formulada; o mejor: mal dirigida.<br />

La pregunta no encierra una<br />

cavilación acerca del doctor<br />

Frankenstein y la incertidumbre<br />

que nos acomete cuando inquirimos<br />

si éste debe, puede o quiere<br />

matar (y no menos erróneo<br />

es sugerir que él es el indicado<br />

para elucidarla soberanamente<br />

con el propósito de traernos la<br />

calma). El cuestionario, muy<br />

por el contrario, se da de bruces<br />

–inútilmente– con ese cráneo,<br />

repleto de cicatrices y tornillos<br />

pintados por el cómic e inserto<br />

al tope del desdichado rompecabezas<br />

anatómico que aquel<br />

aventurero de la ciencia armó.<br />

Las licencias literarias nos conceden<br />

margen para suponer, en<br />

ese contexto, que el científico<br />

patrocinado por la gótica Mary<br />

Shelley podía discurrir en nombre<br />

propio –como cualquier hijo<br />

de vecino– sin ataduras sobre<br />

el asunto, pero cabrían reparos<br />

atendibles respecto de liberali-<br />

Nº 105 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

dades del mismo tenor otorgadas<br />

a la criatura de sus ingenios;<br />

ella no era ciertamente un<br />

miembro original y sui iuris del<br />

género humano y, las peripecias<br />

de la imaginería popular lo acreditan,<br />

no estamos convencidos<br />

definitivamente de que hubiera<br />

que otorgarle carta de ciudadanía<br />

en el planeta (pende sobre<br />

mí, lo estoy divisando, una invectiva<br />

por discriminación de<br />

monstruos o una querella promovida<br />

por una eventual y no<br />

difícil de concebir American<br />

Freaks Association). Y yendo<br />

con este juego más allá todavía:<br />

¿podía el doctor, autoinvistiéndose<br />

de su curatela, responder<br />

por la Cosa, y volverse contra<br />

las reglas de su arte desdeñando,<br />

no tal vez una determinada preceptiva<br />

ética, pero sí un cierto<br />

método en el que había sido<br />

educado y las finalidades para<br />

las que había sido pergeñado ese<br />

método? Claro que podía, porque<br />

en el terreno de las decisiones<br />

nada está concluido. Ahora,<br />

de allí a admitir, por ejemplo,<br />

que le estuviera permitido proporcionarle,<br />

si lo hubiera deseado,<br />

un hacha al muchacho acunado<br />

a golpes de electricidad en<br />

su laboratorio y a continuación<br />

impulsarlo a que entrara a saco<br />

en la aldea más cercana para exterminar<br />

a su prójimo (al del<br />

doctor, digo), hay un trecho<br />

considerablemente largo.<br />

Posdata<br />

Me he mirado azorado a mí<br />

mismo al contemplar ese inmenso<br />

y probablemente bastante<br />

exitoso ensayo de democracia<br />

que es Estados Unidos. Me he<br />

mirado extrañado –y he visto a<br />

los que me rodean también–<br />

con los ojos desmesuradamente<br />

abiertos ante un espectáculo<br />

grotesco y nauseabundo actuado<br />

en el país que presume de ser el<br />

más adelantado de la comunidad<br />

internacional y llevar la antorcha<br />

de la civilización. Más<br />

aún: las muestras televisivas más<br />

horripilantes de una organización<br />

social vejando sus propios<br />

principios y enloqueciendo a sus<br />

ciudadanos con mensajes furibundos<br />

de amor, que se niegan a<br />

través del teatro de los medios<br />

encargados de reproducir hasta<br />

el hartazgo la labor de los ejecutores<br />

de la pena de muerte, no<br />

me llegaron (lo relato con consternación)<br />

desde la precaria<br />

tranquilidad de la ficción, sino<br />

del cine documental. He mirado<br />

(al modo de una parodia aborrecible<br />

de las peripecias del<br />

Borges cegado por la infinita<br />

cantidad de imágenes de El<br />

Aleph), con la sensación espeluznante<br />

del que observa casi la<br />

traición de los constructores<br />

de la historia, cómo un grupo de<br />

personas festejaba en EE UU,<br />

en las afueras de una prisión, el<br />

exterminio autorizado de otra<br />

persona, y me he asido a un<br />

consuelo infantil. He pensado<br />

que, quizá, me haya equivocado,<br />

que todos nos hayamos equivocado,<br />

y que esa muerte no haya<br />

sido infligida por el Estado, porque<br />

no puede ser tal esa estructura<br />

ciclópea, con bellos frisos<br />

de mármol en el frente de sus<br />

tribunales, con sus jueces togados,<br />

y su maquinaria pulida,<br />

aséptica, poderosa y admirablemente<br />

productiva pero bifronte,<br />

mentirosa, maligna y gobernada<br />

por hombres y mujeres que supuestamente<br />

castigan el homicidio<br />

con sus leyes mientras alimentan,<br />

con la indiferencia de<br />

quien nutre a cachorros de una<br />

misma mascota inofensiva y estúpida,<br />

al pueblo todo con el<br />

gusto por la muerte del semejante<br />

o a sus adolescentes con<br />

cereales.<br />

He pensado que sobrevendrá<br />

tarde o temprano, en alguna<br />

parte, un Estado auténtico, y<br />

que me gustaría haberme encontrado<br />

con Karla Faye Tucker<br />

durante algunos minutos para<br />

confesarle que no hubiera sabido<br />

decirle si debía o no morir, o<br />

si yo no la hubiera matado si<br />

hubiera herido a quienes quiero,<br />

pero que, a la vez, experimentaba<br />

una certeza inconmovible:<br />

pudo o debió, no lo sé, perecer<br />

por obra de cualquier individuo<br />

de cualquier condición, sexo,<br />

edad, raza, religión o profesión;<br />

es intolerable y ultraja el sentido<br />

común que haya tenido que dejar<br />

este mundo con la coopera-<br />

GUSTAVO SOPPELSA<br />

ción de un agente administrativo<br />

equiparable a un inspector<br />

de escuelas o un recaudador de<br />

impuestos –como aquél de la<br />

Receptoría de Rentas que resurge<br />

en algunas conversaciones queribles<br />

y arcaizantes de mi madre.<br />

n<br />

Gustavo Soppelsa es abogado y periodista.<br />

Profesor titular en la Universidad<br />

de Concepción, de Uruguay.<br />

55

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!