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JUAN ARANZADI - Prisa Revistas

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DEMOCRACIA REPRESENTATIVA Y VIRTUD CÍVICA<br />

individuos cívicamente comprometidos,<br />

de sujetos más virtuosos,<br />

más fraternales, más apegados a la<br />

suerte de su comunidad 17 .<br />

Esa tensión es muy central en<br />

el texto de Laporta y nos pone<br />

sobre la pista de una línea de demarcación<br />

clara entre las dos ideas<br />

de democracia. En el arranque<br />

de su intervención muestra una<br />

honesta preocupación frente a<br />

quienes descalifican, entre otras<br />

cosas, la militancia política y sugiere<br />

que esa descalificación, en la<br />

medida que cuestiona la democracia,<br />

es “de cierta gravedad”.<br />

Luego, a lo largo de su exposición,<br />

parece asumir que, después<br />

de todo, la democracia no necesita<br />

de la militancia política para<br />

funcionar, que aun con un demos<br />

“vulgar” y desinteresado el<br />

sistema “resulta eficiente” y critica<br />

a las propuestas radicales porque<br />

éstas operan bajo el supuesto<br />

de un activismo exagerado, como<br />

si en la vida no hubiera otra<br />

cosa que política. En el trasfondo<br />

de su argumentación opera el supuesto<br />

de que toda actividad pública<br />

es una actividad costosa,<br />

que no es retributiva por sí misma.<br />

En el caso de la democracia<br />

representativa esto se resuelve con<br />

la profesionalización, con la retribución<br />

de los políticos. Pero<br />

eso no sucede con las otras actividades<br />

públicas, y de ahí que se<br />

juzguen irrealistas las exigencias<br />

participativas 18 .<br />

Lo cierto es que la valoración<br />

como “irrealista” esconde una<br />

pobre idea de la naturaleza humana,<br />

según la cual la calidad<br />

de vecino o progenitor es, inevitablemente,<br />

una carga, un coste.<br />

Desde luego, los individuos reales<br />

no son así. Son vecinos, padres<br />

o trabajadores y no viven<br />

esas condiciones como “un cos-<br />

17 Cfr., por ejemplo, M. Sandel: Democracy’s<br />

Discontent. Mass. Harvard U.P.,<br />

Cambridge, 1996.<br />

18 De la argumentación de Laporta parece<br />

desprenderse que establece tres requisitos<br />

para calificar una actividad como política:<br />

a) que sea pública; b) que sea costosa;<br />

c) que sea retribuida. Las “otras”<br />

actividades satisfacen los dos primeros requisitos<br />

y no el tercero. Son costosas y públicas,<br />

pero no están retribuidas. Solo la<br />

política “profesional” satisfacería los tres.<br />

te”. El único modelo antropológico<br />

que reduce todas sus actividades<br />

a la contabilidad de costos<br />

y beneficios es el homo economicus,<br />

quien, por cierto, no se lleva<br />

muy bien con la democracia,<br />

con ningún tipo de democracia.<br />

Por eso Sartori necesita políticos<br />

“altruistas” para la democracia<br />

representativa. Incluso, como<br />

votante, el homo economicus es<br />

una rareza: el impacto de su voto<br />

–uno entre millones– es infinitesimal:<br />

los beneficios de votar<br />

son mínimos e improbables,<br />

comparados con los muy ciertos<br />

de “perder el tiempo” comparando<br />

programas y acudiendo a<br />

las urnas.<br />

Junto a las críticas examinadas,<br />

de carácter general, Laporta<br />

y Sartori, al paso, descalifican<br />

diversas propuestas específicas<br />

de los defensores de las “otras”<br />

democracias. En sus críticas detectan<br />

innegables debilidades de<br />

propuestas que están lejos de alcanzar<br />

la concreción de las fórmulas<br />

representativas “clásicas”,<br />

entre otras razones porque la<br />

concreción no es independiente<br />

de la posibilidad de tomar iniciativas<br />

políticas y éstas dependen<br />

muy fundamentalmente de<br />

quien manda. En todo caso, para<br />

no rehuir el bulto bueno será<br />

terminar estas líneas intentando<br />

decir algo en favor de las propuestas<br />

objetadas. Dada la diversidad<br />

de reformas que nuestros<br />

autores critican, hemos optado<br />

por referirnos sólo a<br />

algunas de ellas, por su importancia<br />

o su carácter especialmente<br />

polémico.<br />

A) Mandatos imperativos. Vaya<br />

por delante que la propuesta no<br />

carece de problemas y Sartori señala<br />

adecuadamente algunos de<br />

ellos. Ahora bien, no es tan obvio<br />

que la demanda de mandatos<br />

imperativos resulte ridícula<br />

en sus pretensiones, ni mucho<br />

menos que deba ser “prohibida”<br />

como “condición inherente” de<br />

la democracia. En la poca experiencia<br />

que ha habido al respecto,<br />

no se pretendió utilizar el<br />

mandato para “todos los casos”<br />

sino para unas pocas y muy específicas<br />

situaciones. Funda-<br />

mentalmente, la existencia de<br />

mandatos imperativos no negaba<br />

la posibilidad de que en muchos<br />

casos el representante “pensara<br />

por su cuenta”, independientemente<br />

de la voluntad de<br />

sus electores. Lo que se buscaba,<br />

más bien, era que, en cuestiones<br />

que la comunidad consideraba<br />

especialmente cruciales<br />

(por ejemplo, la eliminación de<br />

un cierto impuesto), el representante<br />

no defraudase a la voluntad<br />

mayoritaria.<br />

Desde sus orígenes, además,<br />

el mandato imperativo tendió a<br />

girar sobre ciertos principios o<br />

ideas generales, más allá de los<br />

cuales el representante podía operar<br />

con libertad. Por ejemplo, el<br />

principal reclamo de los norteamericanos<br />

sobre sus representantes,<br />

antes de la independencia,<br />

era uno como el siguiente: “Que<br />

los ingleses no nos cobren más<br />

impuestos sin consultarnos”. Este<br />

reclamo general no negaba la<br />

posibilidad de que los representantes,<br />

a partir de allí, ajustaran<br />

los detalles de la exigencia popular.<br />

En este sentido, no es cierto<br />

que el mandato imperativo implique<br />

siempre la prevalencia de<br />

los intereses localistas sobre los<br />

intereses generales, como dogmáticamente<br />

asevera Sartori (Sartori,<br />

pág. 4). El mandato imperativo<br />

es compatible con políticas<br />

prácticas flexibles y con representantes<br />

abiertos a cambiar<br />

de ideas en una multiplicidad de<br />

cuestiones. Más aún, el mandato<br />

imperativo no sólo no niega necesariamente,<br />

sino que además<br />

puede favorecer a las políticas<br />

más deliberativas 19 . Ello, por<br />

ejemplo, al obligar a la comunidad<br />

a llegar a un acuerdo sobre lo<br />

que van a exigir a sus mandatarios;<br />

al propiciar el diálogo entre<br />

representantes y representados<br />

(las propuestas de unos a otros,<br />

aun las quejas mutuas). Ocurre<br />

que la deliberación democrática<br />

no consiste, exclusivamente, en la<br />

deliberación entre los representantes,<br />

sino también en la deli-<br />

19 Esto, por ejemplo, contra C. Sunstein.<br />

Ver The Partial Constitution, cap. 1,<br />

Harvard U.P., Cambridge, 1993.<br />

beración entre representantes y<br />

representados, y en la discusión<br />

de los representados entre sí.<br />

B) Representación por grupos.<br />

También en este caso nos encontramos<br />

frente a una propuesta<br />

que, sin estar exenta de alguna<br />

dificultad, merece ser atendida<br />

–una propuesta, además, que hoy<br />

resulta objeto de detallados estudios–.<br />

¿Qué es lo que puede decirse<br />

en favor de este sistema de<br />

representación? Por lo pronto, la<br />

representación por grupos puede<br />

ayudar a que conozcamos puntos<br />

de vista que de otro modo no<br />

conoceríamos. Puede enriquecer,<br />

así, el debate público y, así también,<br />

favorecer la imparcialidad<br />

colectiva de nuestras decisiones.<br />

Laporta nos dice: pero entonces<br />

caemos en el peligro del “desliz” o<br />

slippery slope: esto es, todos los infinitos<br />

grupos sociales existentes<br />

(los protestantes, los arquitectos,<br />

los incapacitados físicos, los peluqueros,<br />

etcétera) van a querer estar<br />

representados (pongamos, en<br />

el Parlamento), una vez que se<br />

asegure, digamos, la representación<br />

del grupo de las mujeres (Laporta,<br />

pág. 22). Sin embargo, podría<br />

contestársele a Laporta, la<br />

idea del slippery slope es algo sesgada:<br />

no es cierto, por ejemplo,<br />

que porque creemos un Código<br />

Penal y establezcamos un sistema<br />

de penas vamos a terminar “penándolo<br />

todo”; no es cierto que<br />

porque el Gobierno cobre algunos<br />

impuestos sobre la propiedad<br />

vaya a terminar “quitándonos todo<br />

lo que poseemos”. Sabemos<br />

poner límites como individuos,<br />

o como comunidad. Lo hemos<br />

demostrado en repetidas ocasiones.<br />

Por otra parte, si hay tantos<br />

grupos que demandan, por ejemplo,<br />

esta representación parlamentaria,<br />

podremos decirles (como<br />

“dice” el Estado, a la hora de<br />

repartir subsidios, o a la hora<br />

de distribuir medicamentos):<br />

“Veamos quiénes son los que tienen<br />

las necesidades más urgentes,<br />

quiénes son los que sufren los<br />

problemas más graves, cuál es el<br />

grupo más numeroso que demanda<br />

esto, cuál de estas demandas<br />

es la más importante”.<br />

Muchos Estados modernos, a<br />

74 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 105

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