JUAN ARANZADI - Prisa Revistas
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DEMOCRACIA REPRESENTATIVA Y VIRTUD CÍVICA<br />
rios escuchan a su electorado y<br />
ceden a sus demandas; b) rendición<br />
de cuentas (accountabilility),<br />
los parlamentarios han de responder,<br />
aunque difusamente, de<br />
sus actos, y c) posibilidad de destitución<br />
(removability), si bien<br />
únicamente en momentos determinados,<br />
por ejemplo mediante<br />
castigo electoral” (pág. 4). Nada<br />
más. Que, como se ve, no es mucho.<br />
Una declaración más que<br />
una argumentación. En todo caso,<br />
a la luz de la propia descripción<br />
de Sartori, parece que “la representación<br />
electiva” supera los<br />
tres requisitos con un aprobado<br />
discreto. El lector se queda con la<br />
duda de si no valdría la pena explorar<br />
otras propuestas que dieran<br />
una nota más alta en cada una de<br />
esas asignaturas, que ahondaran el<br />
carácter representativo, que profundizaran<br />
en la receptividad, en<br />
la rendición de cuentas y en la<br />
posibilidad de destitución. Es de<br />
suponer que si no lo hace Sartori<br />
es porque ello le obligaría a sugerir<br />
iniciativas no muy diferentes<br />
de las que critica.<br />
Sartori parece satisfecho con<br />
darle un mero “aprobado” al sistema<br />
representativo. No le parece<br />
que la representación se deba<br />
mejorar. Hay aquí un problema<br />
no despreciable para su defensa<br />
de la bondad de la “representación<br />
electiva”. Para su defensa y<br />
para bastantes estrategias de fundamentación<br />
de la democracia<br />
“electiva” que apelan a su calidad<br />
representativa y que a la vez critican<br />
a los “directistas”, a quienes<br />
sostienen que la democracia<br />
no es verdaderamente representativa.<br />
Mientras, por una parte,<br />
en su fundamentación, inevitablemente,<br />
tienen que invocar<br />
unos valores (la representatividad)<br />
que avalan la calidad democrática<br />
del sistema; por otra, ponen<br />
en duda los intentos de profundizar<br />
en la realización de esos<br />
valores, cuando no los valores<br />
mismos. No es sencillo realizar<br />
las dos tareas al mismo tiempo.<br />
Sartori es un caso paradigmático<br />
de ese “no saber qué hacer”<br />
con la representación. Se deja ver<br />
sobre todo en lo mal que se lleva<br />
su idea de democracia con los requisitos<br />
que él mismo ha esta-<br />
blecido como condiciones de la<br />
representatividad de sistema.<br />
El primer criterio le disgusta al<br />
propio Sartori, le parece mal:<br />
“Un Gobierno que cede simplemente<br />
a las demandas se convierte<br />
en un Gobierno altamente<br />
irresponsable” (pág. 6). Le parece<br />
mal y, además, le parece que ni<br />
siquiera es el caso, en tanto que la<br />
democracia moderna –salvo que<br />
se degrade– tiene una de sus virtudes<br />
en que el representante no<br />
se atiene al mandato de sus electores<br />
sino a su propia opinión.<br />
El segundo, la rendición de<br />
cuentas, le parece imposible, o le<br />
debería parecer a poco que se tomara<br />
en serio sus ideas sobre la ignorancia<br />
del electorado, ideas que<br />
son básicas en su defensa de la<br />
necesidad de “elegir” a los mejores.<br />
Para echar las cuentas de la<br />
calidad de una gestión hay que<br />
conocer no sólo qué se ha hecho,<br />
sino lo que se puede hacer. La<br />
contabilidad es inútil sin la posibilidad<br />
de la consultoría. Tarea<br />
que no resulta sencilla cuando<br />
“cada vez tenemos una opinión<br />
pública cuyos conocimientos están<br />
más empobrecidos” (Sartori,<br />
pág. 6). La sugerencia de que no<br />
es lo mismo decidir sobre las<br />
cuestiones que decidir sobre<br />
quién decidirá sobre las cuestiones<br />
no resuelve nada; de hecho, lo<br />
complica: para evaluar a los gestores<br />
hay que conocer sobre la<br />
gestión 4 . Es más, no hay ninguna<br />
razón para pensar que el político<br />
no se encuentre respecto al técnico,<br />
a la Administración, en la<br />
misma situación que el elector<br />
respecto al político: tampoco los<br />
políticos conocen la gestión de<br />
los asuntos que encomiendan 5 .<br />
De ser consecuente con sus ideas,<br />
con su reiterada comparación entre<br />
las labores políticas y los quehaceres<br />
médicos, Sartori debería<br />
abandonar cualquier forma de<br />
“sociedad abierta”, de democra-<br />
4 Es un problema de “agente-principal”<br />
en los términos de la microeconomía moderna.<br />
Cfr. para lo que aquí interesa: A.<br />
Przewoski, S. Stokes, B. Manin (eds.): Democracy,<br />
Accountability and Representation.<br />
Cambridge U.P., Cambridge, 1999.<br />
5 W. Niskanen: Bureaucracy and Representative<br />
Governement. Aldine, Chicago,<br />
1971.<br />
cia y buscar la compañía del Platón<br />
popperiano para enfilar juntos<br />
la vereda de la tecnocracia 6 .<br />
El tercer criterio, la posibilidad<br />
de destitución, sencillamente<br />
no se corresponde con cómo son<br />
las cosas. Destituir es algo bien<br />
distinto de “no elegir”: nadie diría<br />
que todos los candidatos a un trabajo<br />
que no han sido elegidos han<br />
sido destituidos. Por lo demás,<br />
los pocos mecanismos –listas<br />
abiertas– que la democracia podría<br />
ofrecer para mejorar la aplicación<br />
de este criterio no parecen<br />
muy del gusto de Sartori.<br />
La otra tarea consiste en mostrar<br />
que los fallos de “representación”<br />
de la democracia representativa<br />
no son insuperables, que<br />
tienen remedio. La tarea resulta<br />
obligada. De otro modo, si los<br />
“fallos” no son circunstanciales, si<br />
la democracia tiene problemas<br />
esenciales a la hora de asegurar la<br />
representación, estaría condenada<br />
como democracia representativa.<br />
Sartori se concentra en dos<br />
problemas.<br />
El primero, el problema de la<br />
distancia “entre representado y<br />
representante”; cuando lo mira<br />
de cerca le parece un seudoproblema,<br />
“un sentimiento subjetivo<br />
suscitado por el bombardeo<br />
de opinión realizado en los últimos<br />
30 años por los enemigos<br />
de la democracia representativa”<br />
(pág. 5). Aun si se acepta esta<br />
ejemplar muestra de explicación<br />
conspirativa, queda la duda de si<br />
en el asunto que nos ocupa, a saber,<br />
la calidad de la representación,<br />
el que uno no se sienta representado<br />
es razón suficiente para<br />
que pensemos que no está<br />
representado. Cualquier otra posibilidad<br />
reclama un criterio externo<br />
al propio individuo que<br />
nos permita determinar cuáles<br />
son sus genuinos intereses y convicciones.<br />
Sobre todo si no se le<br />
concede al ciudadano la posibilidad<br />
de (o las luces para) sopesar<br />
sus opiniones, de corregir sus<br />
puntos de vista, a través de la deliberación.<br />
El segundo problema de la democracia<br />
representativa es el de<br />
6 Cfr. nota siguiente.<br />
“la calidad de las personas dedicadas<br />
a la política” (Sartori,<br />
pág. 5). Éste es el verdadero centro<br />
gravitacional de la argumentación<br />
de Sartori. Sólo si los políticos<br />
son gente “especial”, si en<br />
algún sentido son “los mejores”,<br />
se entiende que su opinión pese<br />
más que la de quienes los eligen o<br />
que no puedan ser controlados<br />
por sus electores de un modo<br />
más sencillo y frecuente, que se<br />
salten a la torera la receptividad y<br />
la rendición de cuentas 7 . Las<br />
elecciones deberían cumplir –y<br />
no cumplen– la función de “seleccionar”<br />
a los mejores: “La representación<br />
es también, en último<br />
término, una construcción<br />
normativa. Como dijo Carl Friedrich,<br />
el que una persona sustituya<br />
a otra en interés de ésta es,<br />
debe ser, incuestionable y altruista”<br />
(Sartori, pág. 5). También<br />
en este caso la culpa la tienen<br />
“los estudiosos de la política.<br />
Los políticos tienen, al fin y al<br />
cabo, y por encima de todo, el<br />
problema de conseguir que los<br />
elijan” (Sartori, pág. 5). El último<br />
paso no es irrelevante y obliga a<br />
mucho. Sartori nos está diciendo<br />
que un sistema que funciona sobre<br />
el principio de que los políticos<br />
buscan maximizar los votos<br />
está en condiciones de seleccionar<br />
a los más altruistas. No es pequeño<br />
el requisito 8 . Desde luego,<br />
no parece que sean más reales estos<br />
refinados políticos que, a pesar<br />
de competir con todas sus armas<br />
por los votos, mantienen in-<br />
7 Los políticos han de ser “los mejores”<br />
en más de un sentido. Pues si, por una<br />
parte, está más allá de los talentos de los<br />
electores la posibilidad de tutelarlos, a<br />
los suyos, a los talentos de los políticos, no<br />
escapa el escrutinio de los técnicos. En rigor,<br />
las mismas circunstancias que impiden<br />
a los ciudadanos (su ignorancia) controlar<br />
la tarea de los políticos y tomar decisiones<br />
concurren en la relación entre los políticos<br />
y los técnicos de la Administración. Sólo<br />
atribuyéndoles una extraordinaria capacidad<br />
puede Sartori evitar caer en la tecnocracia.<br />
En la tecnocracia de los técnicos, no<br />
en la de los “políticos”, claro.<br />
8 Repárese en que esto es bastante más<br />
de lo que el mercado –supuestamente–<br />
consigue: un sistema en el que los individuos<br />
buscan maximizar sus beneficios permite<br />
detectar a los más eficaces. Pero en el<br />
caso del mercado político tiene que detectar<br />
a los que son –no a los que se comportan<br />
como– “altruistas”.<br />
70 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 105