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Revista Quid 46

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EL ESPEJO, EL OTRO<br />

Opinión<br />

POR Lic. Gabriel Rolón<br />

22<br />

Un hombre sólo es un ser humano<br />

cuando es reconocido como tal<br />

por otro ser humano.<br />

Hegel<br />

Ser es, antes que nada, ser reconocido.<br />

Para el sujeto humano no existe otra opción<br />

de construirse como miembro de<br />

una cultura, de una familia, como un ser<br />

sexuado con derecho a vivir y armar sus<br />

propios proyectos, que no esté mediada<br />

por el reconocimiento de los demás.<br />

Y es allí donde encontramos el fin más<br />

importante de toda educación. No en<br />

la transmisión de conceptos o información,<br />

sino en el hecho de enseñarle<br />

a alguien cómo se llega a ser un ser<br />

humano.<br />

Cuando el bebé nace y llora de hambre<br />

por primera vez, sin saber muy bien de<br />

qué se trata esa ansiedad que lo invade<br />

y que hasta ahora no había experimentado<br />

nunca, esa mujer que acude a su<br />

llamado para alimentarlo, le está diciendo<br />

con ese gesto: “te reconozco… eres<br />

mi hijo, y voy a enseñarte cómo son las<br />

cosas en este mundo”.<br />

Lo toma, entonces en sus brazos, le<br />

da el pecho y en ese único acto ya le<br />

ha transmitido lo esencial para la vida:<br />

que la ansiedad que genera la necesidad<br />

puede calmarse, que se calma con<br />

algo que viene de afuera y que ese algo<br />

viene cuando él lo llama. Es decir que,<br />

a partir de ese momento, todo lo que<br />

quiera de ahí en adelante lo va a tener<br />

que pedir.<br />

Y esta característica, la de tener que<br />

pedirlo todo, es la que hace que para<br />

nosotros la satisfacción total sea imposible.<br />

Porque no todo puede articularse<br />

en la demanda y no hay manera de<br />

decirlo todo. Y es en ese espacio en el<br />

que la palabra no alcanza a transmitir<br />

la totalidad de la necesidad, que algo se<br />

pierde y es justamente eso lo que hará<br />

de nosotros seres diferentes. Porque de<br />

esa imposibilidad de satisfacerlo todo<br />

nacerá nuestro rasgo característico:<br />

el deseo.<br />

Y también educar es transmitir las dos<br />

consecuencias de lo antedicho: que<br />

como el otro es necesario para la vida,<br />

habrá que aprender a generar vínculos y<br />

que, como nadie puede darlo todo, también<br />

será necesario aprender a aceptar<br />

cierto grado de frustración.<br />

Dejo, para concluir esta columna, una<br />

escena de la película El secreto de sus<br />

ojos. Estamos llegando al final, la trama<br />

ha sido trágica y los personajes atravesaron<br />

años de horror, distancias indeseadas<br />

y silencio. Cuando Benjamín llega<br />

al lugar del desenlace, encuentra a un<br />

hombre encerrado desde hace muchísimos<br />

años. Se acerca incrédulo a la celda<br />

y el cautivo, después de tanto tiempo<br />

de condena, no pide ser liberado, no<br />

solicita el fin de su encierro, sino que<br />

señalando a su carcelero sólo suplica<br />

una cosa: “Dígale que me hable”.<br />

Y he ahí la dimensión del mayor de los<br />

deseos del ser humano. No hay mejor<br />

educador que aquel que ha logrado<br />

reconocer y ser reconocido con sanidad.<br />

Y ser una buena madre, un gran artista,<br />

una persona leal y respetable, no es más<br />

que haber sabido hacer algo con ese<br />

impulso irrefrenable que nos demanda<br />

el deseo de ser reconocidos

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