Jean-Philippe Toussaint parece jugar con las palabras y las imágenes del mismo modo en que Tintin construía aventuras imposibles a partir de casi nada. En verdad, ambos nacieron en Bélgica y se parecen más de lo que posiblemente desearan. Toussaint (1957) tiene una dilatada carrera como escritor y cineasta: en ambas, demuestra una increíble capacidad por contar miniaturas, donde personajes y cosas semejan no tener más significado que el narrado. Sus nueve novelas fueron publicadas por la casa francesa Les Éditions de Minuit, y traducidas a más de veinte idiomas, entre ellos el español (la mayoría por Anagrama y también por la argentina Beatriz Viterbo – Huir, 2007–). –¿Por qué escribe ficción? Creo que el motivo fundamental hay que buscarlo en el tiempo en que vivimos. La novela se ha desarrollado de tal modo que se ha hecho un género muy libre, proteico, que permite jugar con toda clase de variantes y formas para apresar el presente. Hoy en día, la novela es el único género literario que está visible, disponible al público. De haber vivido un siglo antes, probablemente habría escrito poesía. –¿Cuál es la relación entre el autor y los personajes? A veces se tiene la impresión de estar frente a una autoficción, una ficción autobiográfica. ¿Acaso hay una distancia irónica o es un tipo de desdoblamiento? Cada vez los personajes están más próximos a mí, pero esta proximidad no es en absoluto autobiográfica. No cuento los acontecimientos de quienes me rodean. Está más cerca a lo que significa el autorretrato en pintura. El pintor se toma por sujeto, pero él mismo se trata más de la pintura que de él mismo. Eso es lo que me interesa, no hablar de mí, de lo que encontré, de lo que vi, de lo que pienso. Se trata más bien de trazar un retrato mío a través de la literatura. Hay algunas constantes que hacen que los personajes sean bastante próximos a lo que soy, en particular, envejecen un poco como yo. Me sirvo de todo, pero no tengo la impresión de ser yo, son personajes, es la ficción. Al mismo tiempo, están alimentados por mi experiencia y todo lo que soy. –Muchas veces ha dicho que no le interesa contar una historia. ¿Qué es lo que lo moviliza entonces? ¿El estilo, el modo de la escritura? Sí, le concedo una importancia muy grande a la escritura. Cuando hay una historia sólida, fuertemente constituida, la escritura pasa a un segundo plano, sólo es un mecanismo al servicio de la narración. Es cierto que un libro que no es llevado por una historia es más difícil de aprehender. Muchos lectores se sienten amenazados, porque la experiencia escritural les exige algo más. Volviendo al ejemplo de la pintura, mucha gente se entrega con mayor facilidad a una ilustración, algo que se parezca a la vida. Cuando no hay referencias, cuando la pintura se vuelve abstracta, se vuelve peligrosa, se pone en evidencia la sensación de un sin sentido. Y sin embargo, como ha sido demostrado, se puede comunicar tanto a través de la abstracción como del naturalismo. Todo depende de cómo se haga. –Algunos críticos lo consideran un heredero del objetivismo y el nouveau roman (de hecho, tiene un film homenaje a Robbe Grillet). ¿Se considera un autor minimalista? Más allá de las etiquetas, lo que realmente me importa es prestar atención a lo nimio, aquellas cosas que nos rodean y a veces no percibimos por ser infinitamente pequeños (incluso las cosas más patéticas, triviales, los detalles más insignificantes de vida diaria), pero también a lo que se supone es infinitamente grande: las preguntas esenciales que nos hacemos acerca del significado de vida, el lugar de seres humanos en el universo, etc. En ese juego, entre lo pequeño y lo trascendente, creo que se define la literatura. Un libro debe contener las dos cosas: dardos y filosofía, bowling y metafísica. –A propósito de los deportes, se ha manifestado como un admirador del ajedrez y le ha dedicado un libro a Zidane (La Mélancolie de Zidane, 2006). ¿Hay una estrategia entre estos juegos y la literatura? En efecto, soy un entusiasta del ajedrez y un admirador de Fischer y Kasparov, pero no veo en el ajedrez un paralelismo con la escritura, aunque sí con la traducción. Hay una serie de variables en la traducción que mucho tienen que ver con las defensas y ataques que se elaboran en el ajedrez. En cuanto a Zidane, lo veía como una suerte de Da Vinci en lo que construía, lo que inventaba, aunque perdido en su soledad. Aunque es muy probable que esto tenga que ver más con mis propias fantasías que con el verdadero Zidane. El deber de un escritor es el de observar el mundo. Escribí sobre Zidane debido al lugar que el fútbol ha adquirido en la sociedad contemporánea. Escogí a Zidane como sujeto literario, pero también como una idea conceptual. Así como hizo Andy Warhol con Marilyn Monroe, me acerqué a Zidane como un icono moderno. Así, lo hice mío. Ese es el poder de literatura. Así como Flaubert podía decir “Madame Bovary, c’est moi”, yo puedo decir: “Zidane soy yo”. –¿Y qué encontró en el cine como complemento de la literatura? En los 90 me sentí un poco decepcionado de la distancia entre la literatura y el público, en particular el joven, y eso me llevó a acercarme más al cine, un medio muy rico por lo que significa la interacción con otros creadores (fotógrafos, escenógrafos, músicos, etc.). Mi último film, La patinoire, data de 1998, pero sigo trabajando aunque en una línea más experimental, con video-instalaciones y otras manifestaciones que tienen más que ver con el audiovisual actual. De hecho, el año pasado realicé una exposición en el Louvre (Livre-Louvre) y en este momento participo de otra en Shanghai 45
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