Revista Quid 46

En mi obra, la técnica la dicta el objetivo conceptual de la
imagen. Es difícil enumerar o encasillar lo que hago a un estilo,
porque realmente no me apego a nada por mucho tiempo.
Fotografío, escaneo, pinto, dibujo, quemo, martillo, corto,
enredo, moldeo, esculpo. Cada imagen es un mundo aparte,
exige una técnica diferente. Me gusta explorar semánticamente,
y por diferentes medios la mejor manera de concretar
mensajes. Intento así prolongar la extensión y profundidad de
las cosas que hago, sean ilustraciones o textos. Me atrae mucho
poder trabajar en capas discursivas, es decir sugerir mensajes
que tengan segundas y terceras lecturas, detalles que el
lector descubra cada vez que mire con cuidado.
Los libros que hago son los libros que me hubiera gustado
encontrar cuando era niño. Alguna vez dije que el sentido de
todo esto es hacerme un regalo en diferido, que atraviese el
tiempo. En esta aventura encontré, por suerte, muchos otros
destinatarios que compartían mis gustos, mis placeres.
Mi impresión es que uno inclina la balanza hacia el lugar
que considera más cómodo, va conformando un ecosistema
de placeres personales en donde moverse, como diseñador,
como ilustrador, como escritor. Son profesiones que se vinculan
con la personalidad, irremediablemente.
El último proyecto en el que trabajé, Finales, me llevó diecinueve
meses de trabajo, y completa la trilogía que empezó
con Retratos y continuó con Bifocal. Cuando hablo del ecosistema
de placeres lo delimito de esta forma, caprichosa y
riesgosa, en donde el experimento discursivo sacude la monotonía
que muchas veces promueve la comodidad de un estilo
o una técnica. Considero imprescindible que un autor, más
allá de prolongar su producción, renueve su apuesta usando
la experiencia para apoyarse en los desafíos. Prestar atención
es muy distinto a esperar