Revista Quid 46

Arte
Luces y sombras de la
PINTURA
MARCELO PACHECO, curador en jefe del Malba, presenta su segundo libro sobre la historia
del coleccionismo de arte en Argentina y abre la puerta para salir a pasear por un mundo tan glamoroso
como oscuro, el mercado del arte
POR Esteban Ulrich
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Marcelo Pacheco recopila en sus libros la historia de las
obras de arte que fueron conformando las colecciones de
arte privadas de nuestro país, muchas de las cuales hoy son la
base de las colecciones de nuestros museos. Una pesquisa de
cuadros y gustos personales que conforma un revelador árbol
genealógico de las elites nacionales. Desde apellidos ilustres
como Rivadavia y Sarmiento hasta los más ignotos acaudalados
de las nuevas burguesías, todo es visto desde el punto de
vista de sus preferencias artísticas y por lo tanto de su perspectiva
cultural.
Tan fascinante como arduo, el objeto de estudio y su campo
se presenta como una delicada y suntuosa manifestación de la
historia nacional, un cadáver exquisito en ebullición constante
entre lo posible y lo inimaginable.
–¿Cómo surge el estudio del coleccionismo en Argentina?
En nuestro país se hicieron algunas publicaciones sobre
el coleccionismo y un par de exposiciones grandes con el
tema de grandes colecciones privadas que habían pasado al
ámbito público, tanto en el Museo de Arte Decorativo como
en el Museo de Bellas Artes. Fue sobre todo en los años
ochenta. Tenían que ver con la manera en que se fue ampliando
el campo de estudio de los patrimonios de las instituciones.
Cómo se fueron volcando las curadurías hacia ese tipo
de exposiciones que tienen que ver con el patrimonio y la forma
en que se fueron armado esas colecciones, pero siempre
en torno a lo que ha entrado en las instituciones públicas.
–¿Nuestros museos surgen básicamente de distintas
colecciones privadas? Hablando del Museo de Bellas Artes,
que fue el último que se creó en el siglo XIX, abrió sus
puertas con 163 obras, compuesto por lo que el Estado ya
tenía y que se recolectó y un par de colecciones que se habían
donado un par de años antes de que se creara el museo.
El resto fueron donaciones pedidas a particulares. Eduardo
Schiaffino fundó el museo y fue su director durante sus primeros
quince años, era el presidente de la Comisión Nacional
de Bellas Artes, el presidente de la Academia Nacional de
Bellas Artes, profesor de la Escuela de Bellas Artes, pintor y
crítico en La Nación, pertenecía al ambiente artístico desde
hacía muchos años y conocía muy bien qué es lo que había en
las colecciones privadas porteñas de aquel entonces. Gracias
a una ley del Congreso que destinaba el impuesto a la Lotería
Nacional hacia el Museo Nacional de Bellas Artes pudo comprar
obras en el exterior. Así, viajó a Europa a hacer compras
de arte en 1903, 1904, 1905, 1906 y 1907. Sobre todo en 1906
realizó un viaje largo en donde hizo las mayores adquisiciones.
La municipalidad también le otorgaba fondos pero para
la compra de monumentos públicos, como El Pensador de
Rodin que está emplazado cerca del Congreso. Luego vino
un grupo de gente que lo apartaría del cargo, llevándolo a
abandonar el país para no volver. Los que lo siguieron fueron
profesionales de otros rubros, que no sabían nada de arte, y
la elite rica que protegía a Schiaffino se retiró, con el tiempo
también lo de la Lotería se fue diluyendo y desde entonces
nunca más funcionó.
–Se formó como curador en pleno boom del arte a nivel
mundial y regional, ¿no? Pertenezco a la camada en la
que se formaron los primeros curadores profesionales pero
montando exposiciones y no en escuelas. En mi caso trabajando
en el Museo de Bellas Artes. Sí, era un momento de
crecimiento después de una fuerte caída, que a pesar de las
diversas crisis económicas dura hasta el día de hoy. Gracias
a que en ese momento habíamos conformado un ámbito de
debate muy fuerte con respecto a América Latina, entre nosotros,
desde dónde peleábamos para que el arte de nuestros